El campeón se aplasta, no se motiva. Se sale a derribarlo sin hacer ruido hasta que se logra el objetivo.
Los Rockets de Houston, probablemente sin proponérselo, les dieron combustible al menos indicado, los Guerreros de Golden State.
Una situación es quejarse del arbitraje y otra insistir tanto en algo que genere la sensación de que perdiste un juego por culpa de los oficiales sin reconocer al rival que en este caso es un monarca con dos cetros seguidos y tres en las últimas cuatro estaciones.
Houston le dedicó muchas energías al tema del pito. A ese nivel hay que tener la cabeza fría.
Pero si Golden State sintió que Houston, decidido a terminar su hegemonía en la NBA, lo irrespetó al poner de manifiesto que esos fallos arbitrales fueron la razón de la derrota en el primer partido, ahí apareció la fuente de energía para salir con furia el resto del camino.
La defensa de la tropa de Steve Kerr estuvo asfixiante en el juego anterior. No solo ganaron la batalla de los rebotes, asistencias, bolas robadas y perdidas, sino que buscaron complicar cada tiro de los pupilos de Mike D´Antoni.
Los árbitros se han equivocado y se equivocarán siempre. Ese es un oficio complicado y ni hablar en estos tiempos en lo que todo se magnifica. Pero no se debe llegar al extremo de armar una campaña en la que se venda la idea de que los encargados de implantar las reglas benefician constantemente a un determinado equipo o jugador.
Para un servidor, enarbolar esa bandera es tirarle piedras a la luna o querer sacar el agua del mar con un “jarrito”.
Muchas veces el campeón anda buscando una excusa para despertar, sacudirse y erigirse en una bestia imparable.
El reto hay que saber lanzarlo. El ego del ser humano tiene dimensiones insospechadas y herirlo es delicado. Además, esa escuadra de Houston no ha ganado nada aún, contrario a Golden State que colecciona trofeos de años recientes.
¿Los Rockets pueden regresar? Seguro. Cuentan con el talento para retomar su ritmo, empatar y hasta tomar la delantera.
Lo que necesitan es olvidarse de los árbitros y no inyectar combustible a una maquinaria que cuando arranca es difícil de parar.