No puedo resistir la tentación de escribir estas líneas ante la lamentable partida de Pablo Milanés.
A él le debo parte de haber aprendido a amar, de haber aprendido a sufrir y hasta de haber encontrado sentido a defender causas nobles.

Definitivamente. Es que muchos entendimos que, en nuestras vidas, tenemos o tuvimos nuestra propia «Yolanda» o que hemos sido capaces de ver dibujada una silueta en nuestra cama como promesa, tal vez nunca cumplida, de llenar ese espacio.

También nos ayudó a comprender que en el amor se genera la fuerza que nos hace «humanos y mejores».

De la mano de Pablo conocimos de Nicolás Guillén «la callada manera» en que alguien se nos «mete adentro» y aprendimos a sentirnos orgullosos de ser del Caribe y no de tierra firme.

Por él soñamos con conocer «la hermosa plaza liberada» de aquel Santiago de «la vida cegada en la moneda».

Si Puerto Rico y Cuba son «de un pájaro las dos alas» probablemente Quisqueya es el cuerpo, aunque aún no sepamos si pudo volar lo suficiente como lo deseó Pablo.

En fin, que la muerte de Pablo nos lleva a pensar «si la vida no vale nada» cuando otros se siguen matando mientras seguimos cantando «cual si no pasara nada».

Su muerte nos deja un vacío que habremos de llenar con sus recuerdos y siempre podremos decir Gracias, querido Pablo, por enseñarnos que solo basta el amor «Para vivir».

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