Aunque parezca extemporánea la decisión política -del PLD- de dar aquiescencia a las aspiraciones presidenciales es, desde la situación específica de esa organización política, correcta pues al tiempo que se readecua a los eventos desfavorables (2020): la salida del poder, ruptura -impostergable- de sus otrora liderazgos mayores, pero más que todo, desconexión partido-sociedad en el contexto de un hemisferio signado por una pandemia que se reafirma en un oasis de escenarios contrapuestos y realidades sociopolíticas diversas; pero también de contrastes geopolítico-económicos y donde pulula caudillismo, populismo, justicia de “teatreros”, eclecticismo, politiquería cuasi de gallera, mescolanza de política y delincuencia, democracia a medias y hasta rémora política-ideológica. Por supuesto y en medio de esa diversidad, a veces caótica y poblada de falencias históricas-estructurales, por más que se diga, hemos avanzamos…
En ese panorama, matizado por la pandemia global del coronavirus, al país, de cara al 2024 -y tan temprano-, se le proyecta un relevo cierto. Podríamos decir, una suerte de seguro y fe de que tendremos un mañana promisorio que cada vez más nos hará resistir las tempestades de una coyuntura que ojalá la esperanza de un futuro mejor no nos descarrile….
El 2024, para mí y para muchos dominicanos, tiene ya un nombre: Francisco Domínguez Brito. Sencillamente, porque ya habremos apurado el paso y dejar atrás una generación de políticos y de hacer política que ya no cabe en la mentalidad del ciudadano del siglo XXI.
La gente quiere la certeza de que valores y principios, por fin, se conjuguen, no para no eructar demagogia, elitismo o la impostura de la negación de los partidos para dar vigencia y control, en los poderes públicos, a gente que, ni siquiera, pudo levantar una bandera con sinceridad política y de cara al sol, sino tras el poder, simulando y con mucha sed de venganza. Tampoco la gente quiere, al que ya fue; y ahora, después de agotar su ciclo político-electoral, quiere volver… (¡Estamos harto de narcisistas o de adictos al poder!).
En fin, Francisco Domínguez Brito se proyecta como agua cristalina que llegará no a ajustar cuentas -aunque sí a hacer justicia- ni hacer teatro, sino a hacer de la transparencia, institucionalidad y la decencia normas y praxis cotidiana en un país cansado de inseguridad ciudadana, inclusión social tronchada y la aspiración de un líder para estos tiempos, pero sobre todo que gobierne para todos….
Aunque esa sea nuestra última esperanza, porque, como escribió la exjueza y excelsa columnista Carmen Imbert Brugal, hace poco: “…cuando el Estado propicia el irrespeto a la dignidad de las personas, la institucionalidad peligra”.