Estamos a pocos días de que se reúnan formalmente en el Vaticano los más de cien cardenales llamados a elegir al nuevo jefe de la Iglesia c|atólica, la institución más antigua del mundo, que en más de veinte siglos nunca ha sido gobernada por un negro o un chino, razas que representan más de la mitad de la población mundial, con mayoría católica en todas sus iglesias y sectas y en cualquier idioma o dialecto de los continentes más grandes…(¿Y qué digo? ¡Qué ocurrencia la mía, si entre esos electores no hay negros ni chinos! Y creo que en la Gloria – ojalá alguien me desmienta – no hay santos de esas razas que ayuden en los quehaceres divinos).