No duermes bien, a menos que te ordenen el sueño con una aguja o un televisor. No comes bien, por lo incómodo que resulta llevar y traer la cuchara. No sabes si es noche o día, pues la luz siempre es la misma y no puedes apagarla. No puedes hablar de política, porque a nadie le interesa discutir. Nadie se te acerca, aunque no tengas una enfermedad contagiosa, que se sepa. No puedes dormir acompañado ni siquiera de tu cónyugue, aunque haya espacio para otra persona. La enfermera de turno, generalmente distante y severa, te ordena lo que debes hacer, aunque en la calle seas un alto ejecutivo… En fin, la cama de hospital es la peor tortura… (Me consta).