Tres son los elementos que nos definen como seres humanos. La libertad, con sus limitaciones por supuesto y esos aspectos que nos influyen por los genes y la cultura y que nos hacen considerar como voluntad propia lo que en realidad son respuestas automáticas a los problemas que enfrentamos. La lucidez, la capacidad de pensar, de salir de nosotros y entender el mundo, y sobre todo la sabiduría como el poso que construimos a lo largo de nuestra vida, siempre que vivamos examinando lo que aprendemos y somos. Por último el amor, el comprometernos con el bien de nuestro prójimo en la misma medida que nos cuidamos a nosotros mismos.
A cada uno le corresponde una patología. A la libertad el sometimiento al poder, a las ideologías y las creencias irracionales. A la lucidez el sentido común y la ingenuidad frente a los problemas sociales y de la naturaleza. Al amor claramente el egoísmo.
La ética, en cuanto ejercicio de la razón sobre nuestras relaciones demanda de la libertad, la lucidez y el amor. No existe una evaluación ética que no tome en cuenta las diferencias de poder entre los relacionados, debiendo proteger siempre al más débil frente al más fuerte. En toda relación siempre ha de tomarse cuenta la integridad de cada uno de los relacionados y su posibilidad de desarrollo autónomo, incluso en la relación padres e hijos menores esa regla tiene validez.
La ética no tiene que ver con los moralismos, mucho menos con las costumbres y hábitos culturales, por el contrario es una herramienta para evaluarlas críticamente y superarlas en caso de que se descubra que son nocivas para la plenitud de los seres humanos. Enfermedades sociales como la misoginia, el racismo, el machismo, xenofobia o el rechazo a los más pobres, encuentran en la ética, rectamente entendida, una herramienta para su evaluación y superación. La sociedad dominicana requiere de una profunda crítica ética.