Desde hace mucho, en la antigua Grecia, ya se hablaba de “ethos”, “logos” y “pathos”, como herramientas que permitían influir en las masas. A la luz de ese planteamiento, actuar correctamente, hablar sobre lo que se sabe y colocarse en lugar de tu auditorio son acciones determinantes para incidir en las personas. Con el paso del tiempo, aunque eso sigue siendo verdad, se ha apelado a otros métodos. Ni siquiera ha importado que con ellos se contribuya a la degradación de los seres humanos. Se ha escogido lograr los propósitos, y fundamentalmente los despropósitos, sin importar que ello implique “vender el alma al diablo”. Hoy, para muchos, resulta normal abusar del hecho conocido de que los mensajes generan sentimientos y pensamientos. Eso, penosamente, encuentra un campo de cultivo ideal entre quienes asumen el pensar como una forma de “perder el tiempo” o como algo “pasado de moda”.