Es difícil que un padre de familia no haya quedado impactado por el asesinato de la niña Emely Peguero. Este lamentable hecho ha logrado que meditemos más sobre nuestra responsabilidad frente a nuestros hijos.
“¿Cómo estamos criando a nuestros hijos?”, nos preguntamos ahora con mayor intensidad y seriedad. En la familia es donde más se enseña, y luego de la escuela, donde más se educa. Y ese aprendizaje integral se alimenta, en esencia, del ejemplo y de los consejos que ofrezcan los padres o tutores.
En estos días muchos padres recordamos la forma como fuimos criados. Y esos métodos, para algunos hoy arcaicos, dieron positivos resultados. En mi infancia estaba prohibido ser ñoño. Quien se comportaba de tal modo recibía de inmediato su castigo.
La vida era más simple. Todo se resumía en alternativas: o nos comíamos el mangú o no cenábamos, o cuidábamos nuestros zapatos de goma o andábamos descalzos, o respetábamos a nuestros padres o nos daban correazos. Hoy hasta en una familia promedio hay cierta abundancia o al menos el menú para elegir es más variado.
Soy el mayor de cinco hermanos. Los primeros somos cuatro varones. Nunca olvido aquella infancia donde mis dos o tres camisas y pantalones los heredaba mi segundo hermano, y a él lo heredaba el tercero, y al tercero lo heredaba el cuarto. La quinta no heredaba porque era la niña de la casa y ya la ropita estaba muy gastada.
Así crecimos y eso fue clave para que muchos se desarrollaran como seres humanos de bien. Quizá de manera intuitiva, nuestros padres tomaron en cuenta aquella frase de Luis Pasteur: “No les evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida, enseñadles más bien a superarlas”.
En estos tiempos son los padres los que deben adaptarse a los caprichos de los hijos. Y los niños dicen “no” cuando quieren. Se han vuelto exigentes. Esto va creando una verdadera y preocupante generación de ñoños.
Gran parte de los que eran ñoños en mi época hoy son adultos ultra susceptibles y en su mayoría fracasados. Se ofenden por nada. Se creen del cristal más fino. El hogar debe tener cierto orden y jerarquía, lo que no es incompatible con el amor, el respeto a la dignidad y a las diferencias accidentales de cada cual.
Hay peligro de que surja una generación de ñoños y ya tenemos idea de cómo pueden ser cuando crezcan. Los padres tenemos la última palabra.
La muerte de aquella inocente niña embarazada, agravada por la circunstancia en que ocurrió, debe ponernos a pensar si en realidad estamos cumpliendo como Dios manda nuestro rol de buenos padres. Revisémonos.