Durante la semana que reciente termina, estuvimos en Los Ángeles, California, participando en la 11va Conferencia Nacional de Ingeniería de Terremotos, donde uno de los ejes fundamentales de la agenda de las nuevas políticas públicas internacionales es la necesaria resiliencia de los hospitales y escuelas que se construyen en países con alto riesgo sísmico, pues los grandes terremotos que hemos tenido en los últimos años en países como Haití, Ecuador, Nepal, Italia, Sumatra, China y Japón, han demostrado que muchas escuelas y hospitales construidos sobre suelos flexibles han sufrido grandes daños estructurales, fruto de las grandes fuerzas cortantes resultantes de la amplificación local de las ondas sísmicas de corte al atravesar lentamente tramos de suelos arcillosos y arenosos de mala calidad y de mala respuesta sísmica, lo que ha evidenciado que quienes diseñaron y quienes construyeron no se detuvieron a considerar que las escuelas y hospitales que se construyen sobre suelos flexibles requieren diseños estructurales totalmente diferentes a los diseños de las escuelas y hospitales que se construyen sobre rocas rígidas.
Y es que en materia de sismicidad y sismorresistencia, los hospitales y las escuelas entran en la categoría de obras muy sensibles que ameritan un abordaje estructural muy especializado por parte de grupos profesionales muy bien entendidos en sismicidad, en respuestas sísmicas de suelos flexibles, en la interacción suelo-estructura, y en sismorresistencia, ya que las escuelas albergan hoy a cientos de miles de jóvenes estudiantes que serán los profesionales, líderes, y administradores de la sociedad del mañana, mientras que los hospitales representan la primera línea de respuesta médica inmediata para los heridos durante un terremoto, siendo una gran vergüenza para cualquier país el tener que atender en las calles a miles de heridos por un terremoto, simplemente porque los hospitales colapsaron o se agrietaron severamente durante las fuertes sacudidas de los suelos flexibles.
Cada día se hace más necesario y más obligatorio que en los países con alto riesgo sísmico seamos más cuidadosos a la hora de escoger los sitios para construir escuelas y hospitales, seamos más rigurosos al momento de evaluar la respuesta sísmica de esos sitios, y seamos todavía mucho más estrictos al escoger a los profesionales que deberán diseñar y construir escuelas y hospitales sismorresistentes, pues aunque todos los ingenieros creen saber cómo construir escuelas y hospitales, por entender que simplemente se trata de poner zapatas, columnas, muros, vigas, losas, puertas y ventanas, la realidad de cada sociedad donde la sismicidad se expresa en forma de grandes terremotos ha demostrado que las escuelas y hospitales han tenido graves fallas de diseño y de construcción, pero como siempre resulta fácil culpar al terremoto de la gran destrucción de escuelas y hospitales, y las sociedades aceptan al terremoto como el gran culpable, entonces nadie tiene que asumir culpas por errores en diseños, ni por malas construcciones y deficientes supervisiones.
De ahí que en la costa oeste de los Estados Unidos, donde cada segundo representa una gran amenaza sísmica latente porque en cualquier momento podría ocurrir un gran terremoto de magnitud superior a 8 en la escala de Richter, los profesionales de la sismicidad y los tomadores de decisiones están creando consciencia sobre la necesidad y la obligatoriedad de que todas las escuelas y todos los hospitales se construyan con criterios de sismorresistencia, pero que al mismo tiempo las estructuras escolares y hospitalarias ya construidas, y en servicio, sean revisadas estructuralmente en función de la respuesta sísmica de cada tipo de suelo, tal y como lo establece una Orden Ejecutiva firmada por el presidente Barack Obama, en febrero de 2016, y a partir de ahí se están haciendo los correctivos estructurales necesarios para dar seguridad a las obras públicas y a sus ocupantes, pero sobre todo, poder dar garantías a la sociedad de que todos los hospitales estarán en servicio durante cualquier terremoto y después de cualquier terremoto.
Desde agosto de 1946, cuando la costa nordeste de la República Dominicana sufrió los terribles efectos de un terremoto de magnitud 8.1 en la escala de Richter, ya tenemos suficiente energía acumulada en el borde de interacción entre la placa tectónica de Norteamérica y la placa tectónica del Caribe como para repetir un terremoto igual, o algo inferior, y un terremoto de esa magnitud sería demoledor sobre muchas estructuras construidas sobre los suelos arcillosos y arenosos del valle del Cibao, de Los Prados-San Gerónimo-Alcarrizos, y de Santo Domingo Norte, donde las ondas sísmicas de corte se amplifican al atravesar lentamente los suelos flexibles, siendo una obligatoriedad que a la mayor brevedad posible, y sin ánimos de contrariar a alguien, procedamos a revisar todas nuestras escuelas y hospitales levantados sobre suelos flexibles, para asegurarnos, y asegurarle a la sociedad, que han de responder como verdaderos bunkers a la hora del próximo gran terremoto.