La reducción de la incidencia de la pobreza monetaria ha sido uno de los logros de los que más ha presumido el gobierno. En un contexto de crecimiento tan elevado como el observado entre 2014 y 2016, que el porcentaje de personas que recibe ingresos de pobreza haya declinado no es una sorpresa, aunque sí lo es que lo haya hecho tanto como lo indican las cifras oficiales.
Lo que dice y no dice la medición de la pobreza monetaria
Sin embargo, esas cifras hay que tomarlas estrictamente por lo que dicen y hay que saber con precisión qué no dicen. Dicen que se redujo el porcentaje de las personas que percibe un ingreso que es insuficiente para comprar una canasta básica de alimentos y otros bienes y servicios como vivienda y transporte y, por lo tanto, que creció el porcentaje que sí lo recibe.
Aunque hay otras que sí lo hacen, esas cifras no indican cuanto creció el ingreso de esas personas y hogares, y si lo hizo de una manera lo suficientemente grande como para hacer una diferencia significativa en su capacidad de compra. En otras palabras, indican cuántas personas y hogares saltaron la línea de la pobreza pero no dice qué tan lejos estaban de ella antes, ni qué tanto se alejaron de ella o qué tan no pobres se hicieron.
Tampoco habla de si el cambio es algo transitorio o si hay razones fuertes para pensar que es permanente y que a esas personas les será posible sostener el ingreso por encima del nivel de pobreza.
Más aún, las cifras de pobreza monetaria tampoco dicen mucho sobre cómo viven en concreto las personas o en qué gastan el ingreso para saber si el gasto conjura privaciones fundamentales. Al final de cuentas, el ingreso se limita a medir la capacidad o incapacidad para cubrir necesidades básicas, y nada más.
Pero cuando hablamos de pobreza, más que saber cuánto gana y si lo que gana es suficiente, cuestión esta que es crucial, lo que en realidad nos interesa conocer es qué tan bien o tan mal vive la gente: si se alimentan adecuadamente en cantidad y calidad, si la vivienda en que viven está construida con materiales de calidad, si tienen acceso a servicios básicos como energía eléctrica, agua y sistemas de excretas (sanitarios y letrinas), si tienen un tamaño adecuado para la cantidad de personas que las habitan, si están ubicadas en entornos seguros, si cuentan con artefactos esenciales como estufa, si el combustible que usan para cocer los alimentos es seguro, si cuentan con sistemas de comunicación (teléfono, internet, radio o televisor), y si los integrantes del hogar acceden a servicios de educación y salud de calidad.
Pobreza multidimensional
Recientemente, en la República Dominicana se empezó a medir la pobreza también con este tipo de criterios. El indicador se le conoce como “pobreza multidimensional”, el cual, además del ingreso, considera otras variables como las discutidas arriba. Esa medición también resulta en una reducción sensible de los niveles de pobreza.
El problema consiste en que una buena parte de la reducción es debido al aumento del ingreso, algo que ya sabíamos por el comportamiento de la pobreza monetaria, mientras los avances en las otras variables como el acceso a agua o la calidad de la vivienda muestra rezagos importantes. En cierta forma el indicador de “pobreza multidimensional” repite la información del indicador de pobreza monetaria, y el resultado, si se le mira de forma agregada, esconde el rezago de las otras variables que miden específicamente cómo vive la gente, más allá de lo que puedan comprar.
Las vías tradicionales para enfrentar la pobreza
Además de saber cómo vive la gente, cuando hablamos de pobreza también nos interesa saber qué se puede hacer para contribuir a superar el hecho de que mucha gente viva en condiciones indignas.
Las vías tradicionales han sido varias. Una ha sido proveer transferencias monetarias que complemente los ingresos de los hogares y reduzcan la distancia que les separa del nivel de ingresos que marca la línea de pobreza. Otra ha sido mejorar la calidad de las viviendas, por ejemplo, reemplazando los pisos de tierra por otros de más calidad. Una tercera ha sido subsidiar un combustible seguro para la salud como el GLP. Una cuarta es proveer alimentos en las escuelas.
Pero muchas de esas intervenciones lo que hacen es, fundamentalmente, atacar las diversas expresiones de la pobreza, y evitan enfrentar la raíz del problema. Las transferencias monetarias, por sí solas, no contribuyen a garantizar que las personas sean capaces de generar ingresos a partir de sus propias capacidades, y cambiar el piso de las viviendas no evita que los hijos y las hijas de esos hogares, al independizarse, se instalen en nuevas viviendas con pisos de tierra.
Es cierto, sin embargo, que atacar algunas de las expresiones de la pobreza incide en sus causas porque cambiar el piso contribuye a la salud y a la productividad, y que las niñas y los niños reciban alimentos en la escuela puede liberar fondos en el hogar para, por ejemplo, pagar por una mejor educación técnica de las personas adultas, y con ello mejorar las oportunidades laborales y los ingresos. Si la transferencia monetaria se otorga a cambio de asistir a la escuela, especialmente la secundaria, también aumentan las oportunidades laborales.
Las causas profundas de la pobreza
Pero en realidad, este tipo de políticas sólo contribuye de forma indirecta a conjurar las causas de la pobreza. Transcender ese modelo implica identificar causas más profundas y articular esfuerzos que las enfrenten.
Una de ellas es el desempleo o el subempleo, especialmente entre mujeres y jóvenes. Cerca de la mitad de la población ocupada se dedica a actividades informales, precarias y de muy baja remuneración y alrededor del 13% de la población activa no encuentra trabajo. Una mujer tiene dos veces y media mayor probabilidad de estar desempleada que un hombre, una persona entre 15 y 18 años casi cuatro veces más, y más de la mitad de las mujeres entre 15 y 24 años quieren trabajar por un ingreso y no lo logran. No es posible superar la pobreza si esa realidad no empieza a cambiar porque quienes están más desempleadas y subocupadas son las personas pobres.
Una estrategia integral que procure reducir la pobreza tiene que tener el empleo como un buque insignia. Eso significa promover la producción, la transformación y la modernización productiva, estimulando especialmente los sectores que generen empleos y que tengan potencial de escalar en la calidad de éstos. Sin políticas de desarrollo productivo es difícil que se puedan crear empleos y promover bienestar. Pero también significa facilitar activamente que quienes buscan trabajo se conecten con quienes ofrecen puestos de trabajo (intermediación), con preferencia para jóvenes y mujeres.
Otra es falta de activos tangibles e intangibles de los pobres. Por intangibles se refiere principalmente a educación de calidad porque el conocimiento y las competencias laborales son activos que remuneran. Las personas de los hogares pobres son las más afectadas por la baja calidad en la educación y por la insuficiente cobertura. Por eso, cerrar las brechas de cobertura (especialmente altas en los niveles inicial y secundario) y mejorar la calidad de la enseñanza y el aprendizaje, deben ser componentes críticos del esfuerzo por reducir la pobreza.
Los activos tangibles son aquellos que permiten producir como el dinero, la tierra, las edificaciones y los equipos. Las personas pobres son las que menos activos tienen o controlan, y por eso son, en parte, menos productivas. Por eso, titular las tierras de la pequeña producción y continuar reduciendo las barreras de acceso al crédito también deben formar parte de una estrategia integral.
Una tercera es la falta de acceso a servicios de salud de calidad. Las enfermedades, sin protección efectiva de la seguridad social, con reducidos ingresos y con mala calidad de la atención, condenan a cualquier hogar al sufrimiento y la pobreza perpetua.
Una cuarta es la falta de documentación. No tener acta de nacimiento o cédula simplemente cierra todas las puertas. Más del 3% de la población dominicana, mayormente pobre, no ha sido registrada. Tener documentación es un derecho fundamental. Negar ese derecho es condenar a la pobreza y la marginación.
Una quinta es ser mujer. Además de tener menos oportunidades laborales que los hombres, a las mujeres se les paga menos por igual trabajo, y son violentadas sólo por ser mujeres. Cerca de cuatro de cada diez hogares están encabezados por mujeres y un 25% de las mujeres ha sido víctima de violencia física en la adultez. El embarazo de las adolescentes, que afecta a más del 20% de ellas, y las uniones tempranas que afecta a cerca del 30%, es otra de las dimensiones de las inequidades de género. Estas reducen las oportunidades laborales y de educación de las jóvenes, disminuyendo la probabilidad de salir de la pobreza.
Promover el empoderamiento de las mujeres y la igualdad entre ellas y los hombres debe formar parte fundamental del combate a la pobreza porque para ellas salir de esa condición deben tener poder y ser tratadas con justicia y respeto.
Por todo lo anterior, enfrentar verdaderamente la pobreza, no es tarea de una política o de unas pocas intervenciones. Tampoco resulta sólo del crecimiento. Necesita de una combinación de políticas que ataque las diferentes causas de forma simultánea y coordinada. Eso nunca se ha hecho. Es hora.