Es mucho lo que se ha dicho y escrito sobre un evidente e indiscutible calentamiento global que ya está tocando a nuestras puertas como consecuencia del consumo extensivo e intensivo de combustibles fósiles que al ser quemados permanentemente en la industria eléctrica y en el sector transporte emiten altos niveles de dióxido de carbono (CO2) que al concentrarse en la atmósfera bloquean la salida de una parte importante de la radiación que cada día nos llega desde el Sol, y por ello al día de hoy la temperatura media global se ha incrementado en 1.2 grados Celsius, con serias amenazas de seguir aumentando de manera alarmante y preocupante.
Esta pasada semana la costa occidental de México sufrió el impacto del huracán Willa, el cual se había formado el sábado anterior como una simple depresión tropical con vientos máximos sostenidos inferiores a 60 kilómetros por hora, pero 24 horas más tarde ya era un huracán categoría 1, con vientos máximos sostenidos superiores a los 120 kilómetros por hora, lo cual no es usual, y 26 horas después de llegar a la categoría 1 ya era huracán categoría 5, con vientos máximos sostenidos de 260 kilómetros por hora, es decir, que en apenas 50 horas pasó de simple depresión tropical a terrible huracán categoría 5, lo cual no era normal para el mes de octubre, mes cuando las aguas de la superficie del mar comienzan a bajar su temperatura, sin embargo, en esta última década cada día las temperaturas de la superficie del mar están cada vez más calientes, lo que permite que se genere mucho mayor cantidad de vapor de agua que actúa como el combustible que alimenta los huracanes, y por ello los huracanes desarrollan cada vez más fuerza en menos tiempo, incluyendo los meses en que las aguas del mar deben evidenciar descenso de la temperatura.
Ya el pasado año 2017 vimos la rápida evolución ascendente de los ciclones Harvey, Irma y María, los cuales en pocas horas pasaron de modestas tormentas tropicales a destructores huracanes mayores, y vimos que por primera vez en la historia de la ciclonología tres huracanes consecutivos destruyeron parte importante de las infraestructuras de las Antillas Menores, de las Antillas Mayores y del territorio continental estadounidense, principalmente en Puerto Rico, Saint Marteen, Dominica, Houston y La Florida, acumulando daños superiores a los 300 mil millones de dólares, lo que motivó una alerta del Banco Mundial en el sentido de que los países de la cuenca del Caribe podrían ver muy afectadas sus economías, y una alerta del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas en el sentido de que el cambio climático avanza mucho más rápido que las medidas para frenarlo.
Para los entendidos en energía y en medio ambiente está claro que la industria eléctrica aporta cerca del 45% del volumen total del dióxido de carbono responsable del calentamiento global, y que el sector transporte aporta cerca del 25% del volumen total, lo que indica que al sumar los gases emitidos por la industria eléctrica mundial y los gases emitidos por nuestros autos totalizamos el 70% del volumen total del dióxido de carbono que ya supera las 410 partes por millón en la atmósfera, cuando los registros indican que antes de la década de los años 50 la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera era del orden de las 250 partes por millón, y cuando las muestras de hielos glaciares indican que durante los últimos 200 mil años la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera era del orden de las 200 partes por millón, dejando claro que nuestro desarrollo industrial de los últimos 60 años casi ha duplicado la concentración histórica del dióxido de carbono en la atmósfera.
Pero a la par con el incremento de las emisiones diarias de dióxido de carbono de la industria eléctrica y del sector transporte, hemos disminuido en un 70% nuestra capacidad natural de atrapar ese mismo dióxido de carbono, ya que antes de que los seres humanos apareciéramos sobre el planeta Tierra ya las plantas absorbían el dióxido de carbono emitido durante las erupciones volcánicas, pues desde sus orígenes los árboles aprendieron a atrapar en promedio unos 8 kilogramos de dióxido de carbono anualmente, el cual junto a la radiación solar, y junto al agua absorbida del suelo, forma hidratos de carbono, quedando como resultado bioquímico final la emisión del oxígeno molecular que utilizamos para respirar, estando claro que al aumentar nuestra producción diaria de dióxido de carbono y al diminuir en un 70% la cobertura forestal mundial, el resultado final es el incremento neto del CO2 en la atmósfera.
De ahí que la solución para atrapar la mayor parte del dióxido de carbono emitido por la industria eléctrica y por el sector transporte es volver a reforestar todas las áreas que en el pasado hemos deforestado.