Se les ve en cualquier esquina y se han constituido en un dolor de cabeza que se vuelve cada vez más intenso. Nadie quiere encargarse de ellos, no hay autoridad que haga valer su investidura para atacar de raíz este mal que tiene en zozobra a muchos dominicanos.

Esos chicos, algunos menores de edad, otros ya más mayores -aunque son los menos-; son parte de una realidad social, de hogares disfuncionales, hijos de la pobreza, algunos víctimas de los vicios, de abusos sexuales; un drama que tiene cara, pero que nadie quiere ver y mucho menos se atreve a ordenar.

No tienen nada que perder, porque ya, de hecho, lo han perdido todo, por eso se les ve en las esquinas de algunas calles y avenidas muy transitadas, con el arrojo que da el saber que “están pagos” y temen insultar a mujeres o ancianos, que son para ellos, presas fáciles.

Se reproducen como por arte de magia, en una esquina, en cuestión de días, algunos ya han asumido cuál es su ruta favorita y su punto de acción, como una asignación laboral cualquiera.

Aunque a veces no lo queremos ver, ellos, son también víctimas de un sistema que reproduce más pobres, más violencia e inequidad.

El drama social de los limpiavidrios está latente, ha costado muchas vidas, enfrentamientos propios de conflictos sociales en los que alguien ha resultado herido o muerto.

Las denuncias están a la orden del día en las redes sociales y en algunos destacamentos policiales, pero sirven de poco, la autoridad no quiere hacer uso de su investidura para poner fin a este drama.

Las instituciones que deben sacar la cabeza para atacar el problema se pasan la pelota de mano en mano y mientras tanto crece el número de los limpiavidrios, sin que nadie haga algo al respecto.

Recordamos que existen cuando atacan a alguna víctima, en su mayoría mujeres, nos quedamos con el lamento, la denuncia, algunos medios reproducen la información y entonces las autoridades, como por arte de magia, aparecen haciendo anuncios oportunos, que incluyen operativos que culminan desde que baja la marea y la gente se olvida de lo sucedido.

Hay que actuar, es la palabra que pronuncian quienes por alguna razón han estado expuestos a una situación delicada con alguno de estos personajes. Mientras tanto, ellos se pavonean con soltura en nuestras calles, como si entendieran que la suerte les acompaña y que para las autoridades, ellos son invisibles.

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