La reforma constitucional que ha planteado el presidente Luis Abinader es distinta a casi todas las anteriores, tanto en el fondo como en aspectos de forma. No será una reforma amplia como la del 2010, que generó una nueva Carta Magna, pero tampoco tan puntual o limitada como las del 2002 o del 2015.

No se hará para beneficiar a un presidente en ejercicio, pero tampoco en momentos de crisis o turbulencia, sino en un momento de tranquilidad y sosiego. Y algo importante es que esta reforma no debe generar tensión, ni provocar división en la sociedad y ni siquiera fraccionamiento partidario, como en procesos anteriores.

Tampoco se espera que al final, como ha sucedido antes, se denuncie que hubo compra de votos en el Congreso. La reforma constitucional que ya está en marcha debería ser la más barata de los últimos tiempos.

La autolimitación

Desde el punto de vista del pragmatismo político, se insiste en advertir sobre el riesgo que asume Abinader al incluir en la reforma una limitación a sí mismo que prácticamente lo jubila, no como político, sino como presidenciable. El mandatario estaría arriesgando lo concreto, la posibilidad de ser candidato nuevamente, y ganaría lo intangible, el reconocimiento dentro y fuera de su partido, de que se sacrifica para dejar un legado. En 2026, todo indica que será presidente del PRM y le tocará jugar un rol de árbitro en la selección de su sucesor o sucesora.

De la constitucional a la fiscal

Con el aval de haber promovido una reforma constitucional en la que no usó su amplia mayoría para beneficiarse, el mandatario abordaría las reformas pendientes, comenzando posiblemente por la más odiosa, que es la reforma fiscal. Y hay una especie de hilo conductor, porque como se reclama que no solo se toquen los impuestos sino que se bajen los gastos, en la reforma constitucional hay dos aspectos que van en esa dirección: la unificación de las elecciones y la reducción de curules en la Cámara de Diputados.

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