En el país hemos probado todos los esquemas posibles en lo concerniente a la figura de la repostulación presidencial y su regulación en la Constitución de la República. En un momento, nos fuimos de un extremo a otro, es decir, de la reelección abierta a la prohibición absoluta, pero también hemos tenido fórmulas intermedias. La aprobada en el 2010, por ejemplo, como consecuencia del llamado pacto de las corbatas azules, permitía que un presidente pudiera volver, con un periodo por el medio. Lo malo de este sistema es que convertía a cada presidente saliente, de forma automática, en un aspirante a ser candidato cuatro años después, lo que hubiese impactado negativamente en el surgimiento de nuevos liderazgos. En el 2002, Hipólito Mejía se aventuró a reformar la Constitución, en una jugada osada, compleja y sobre todo controversial, porque rompía con la norma no escrita de su partido, el PRD, en contra de la reelección presidencial. Pero independientemente de las circunstancias en que se produjo esa reforma, se ha demostrado que el sistema que permite una sola repostulación a un Presidente es el más conveniente para la realidad dominicana.
Un esquema que debe perdurar
De todos, el modelo de una repostulación permitida es el más lógico, justo, democrático y por si fuere poco, el más popular. Su primera virtud es que representa un punto intermedio entre los dos extremos. Ni tan abierto como el de la reelección ilimitada ni tan cerrado como el que establece la prohibición total a optar por un nuevo periodo. No propicia que un mandatario se perpetúe en el poder, pero da oportunidad a que un gobierno desarrolle un plan de desarrollo de ocho años. Es el llamado modelo americano. Aquí ha funcionado y debe mantenerse. Sin necesidad de “candados” o de que llame alguien desde el Norte.