Ningún partido de los que tienen vocación de poder y reales posibilidades de alcanzarlo quisieran quedar en tercer lugar en unas elecciones presidenciales. En teoría, podría ser una posición afortunada, pero en una sola circunstancia: cuando esa fuerza queda en tercer lugar con votos suficientes para forzar una segunda ronda, y en adición a eso, apoya a una de las dos que califican para participar en ese proceso y esta resulta ganadora. Eso le permitirá, a ese partido que quede tercero, negociar una cuota importante de poder. Eso fue lo que no se hizo en el 1996, por razones que solo sabía Joaquín Balaguer, y que se llevó a la tumba.
Cargos, pero sin acuerdo
Lo lógico era que el PRSC, teniendo la llave del poder, apoyara al PLD mediante un acuerdo que le garantizara varios puestos de importancia en una eventual administración peledeísta. El pacto se hizo “sin condiciones”, y solo algunos reformistas tuvieron participación en el gobierno encabezado por Leonel Fernández, pero básicamente por vínculos con el PLD, o con el Presidente.
Arístides Fernández Zucco, Modesto Guzmán y Annie Felipe figuraron entre los beneficiados. Cuentan los que vivieron el proceso que cada vez que a un “compatriota” se le ofrecía un cargo en esa gestión, pasaba por la casona de la avenida Máximo Gómez marcada con el número 25, para obtener el beneplácito del líder, y que este siempre los alentaba a que aceptaran el ofrecimiento. Sin embargo, acuerdo formal no hubo, y eso eventualmente provocó el agriamiento de las relaciones entre los dos partidos que conformaron el Frente Patriótico. Los peledeístas no tenían por qué cumplir un compromiso que no existía. Ya para el 2000, se había producido el divorcio, y esa situación fue aprovechada por Hipólito Mejía, quien llegó a la Presidencia aun faltándole votos para alcanzar la cifra mágica del 50 más uno.