Hasta hace poco, estudiosos de las ciencias sociales tenían como prioridad que aprendiéramos a distinguir lo importante de lo urgente. Ahora se vuelve imperativo estudiar una “asignatura” que debe ser prerrequisito para aquella: aprender a identificar lo verdaderamente importante. Cuando emitimos un mensaje, ¿qué nos importa más: su utilidad y trascendencia o la distracción que el mismo pueda provocar? Cuando nos exponemos a los mensajes, ¿sabemos identificar para qué nos sirven? ¿Estamos seguros de poder gestionar las emociones que esos mensajes producen? ¿Somos capaces de mantener nuestra orientación y las consecuentes prioridades? De las respuestas a esas preguntas depende el rumbo que sigamos. La pausa que ha de seguir a cada pregunta es el comienzo de lo que necesita todo ser racional para esclarecer el rumbo. Así aprendemos a establecer diferencias entre algo pasajero y trascendente. Así aprendemos a separar el grano de la paja.