“Porque puedo, quiero y me lo merezco”. Esa es la nueva frase de batalla de la mujer que sabe su valor y sale envalentonada a comerse el mundo sin que nadie se le atraviese; ya no espera, arrebata, si es necesario.
En esa lucha sin cuartel del todo por el todo para obtener el sitial que sabe le pertenece muchas veces se ha quedado sola; unas, porque algunos no han comprendido su misión, otras, porque se han sentido desplazados con ese torbellino de ambiciones donde no tiene cabida nadie más que ella. Y no tiene que ser así; aunque es cierto que la mujer no puede darse el lujo de esperar que las oportunidades le lleguen automáticas y le caigan del cielo por pura inercia solo por ser bonita, en esa guerra sin cuartel ha perdido mucho de su esencia por el afán de competir sin aprovechar sus mejores armas que no son precisamente su atractivo físico. Ya hasta aceptar un trato caballeroso, que le abran la puerta o le paguen la cuenta es una señal considerada absurdamente como una debilidad.
El hombre no es el enemigo a combatir, puede ser el aliado cuya colaboración sea estratégica para llegar a la meta. La competencia femenina debería ser consigo misma para ser mejor cada día, no solo profesionalmente, sino también como ser humano; el reto a conquistar es superar lo alcanzado antaño para convertirse en una versión imbatible, tanto para los hombres, como para las otras mujeres, viéndolas como compañeras y cómplices del proyecto anhelado, no como rivales.
En el afán de la igualdad tras muchos años de opresión de otras épocas, algunas mujeres han creído erróneamente que, mientras más parecidas al hombre -en sus consabidos atributos de frialdad, cálculo y concentración- habrá mayores posibilidades de superarlo. Sin embargo, él debería ser el complemento, el apoyo, no la escalera que se quiera pisar, en cambio, el peldaño que sirva de impulso para avanzar.
La perspicacia, sensatez y sensibilidad que son propias del género femenino deberían ser aprovechadas al máximo, antes que opacadas para masculinizarse. La liberación femenina debería serlo de las propias ataduras que son regularmente más mentales que ciertas y que condenan a estar postradas sin que existan en términos reales impedimentos de florecer y ser mejores personas. Se tiene el poder para llegar a la cúspide -y eso no tiene que decirlo un especialista en conducta- pero es mejor cuando no se hace en solitario, ni contra el hombre, en vez y preferiblemente, con él porque un plato suculento siempre se saborea mejor si se comparte y disfruta en compañía.