“En las elecciones de 2004 me desempeñé como coordinador de una comisión de seguimiento y confieso que en pocos procesos recientes se han experimentado situaciones tan frustrantes como la noche de las votaciones en la que el presidente de la Junta Central Electoral (JCE), Luis Arias, decidió que, de repente, me dirigiera al país para anunciar el motivo de nuestra presencia en ese organismo. Improvisé unas palabras, lo que nunca pensé “me correspondería”, Monseñor Agripino Núñez Collado.
No pude asistir a la puesta en circulación del primer tomo del libro “Ahora que puedo contarlo…”, de Monseñor Núñez, por motivo de salud.
¿Me pregunto si en su segundo tomo hablará del actual proceso electoral? ¿Es éste tan o más frustrante que el del 2004? Nunca desconfié como miembro de esa comisión de que Hipólito Mejía, dado el momento, haría lo correcto.
Espero poder contar algún día mis memorias, nunca tan importantes como las del conciliador por excelencia, pero en ellas relatar que no sólo pudimos salir airosos del proceso del 2004, sino que también en estas, como en otras, hemos logrado sobreponer los intereses grupales por los colectivos.
¿Es el enfrentamiento de hoy peor que el del 2004? ¿Cómo comparamos las diferencias de Hatuey de Camps (EPD) y el expresidente Hipólito Mejía con las que hoy sufre el Partido de la Liberación Dominicana?
El PRD para esas elecciones del 2004 llegó malogrado, pero no dividido. Hoy el partido de gobierno está lesionado, fraccionado, criticado hasta por sus propios correligionarios que quieren un cambio de rumbo como bien lo expresó José Laluz, que dice: “¿qué lleva a mis compañeros actuar como balagueristas? ¿Por qué los dirigentes llenan de lodo el partido por más que se quiera decir lo contrario?”.
Mientras no legislemos para que no exista posibilidad de cambiar la Constitución, donde un mismo candidato no pueda gobernar más que ocho años y nunca jamás, los procesos electorales serán traumáticos porque se llega pensando de una manera y se cambia o lo cambian los intereses pocos meses después de haber ascendido al poder.
En la oposición se tiene la claridad de entender que no tenemos instituciones fuertes para soportar reelecciones continuas. Al llegar al poder se cambia porque, “no se puede cambiar de caballo cuando se está cruzando un río”.
Se compran y se venden conciencias en un país releccionista de nacimiento y terminan en confrontaciones intestinas que degradan y diluyen sin importar si son rojos, morados, verdes o blancos.
Las confrontaciones actuales corroen el régimen democrático, atentan contra la estabilidad y esa enorme pobreza escondida detrás de elevados, túneles, excelentes carreteras, torres; esa pobreza que nos da en la cara y que no queremos ver.
José, los partidos no cambiarán mientras exista estabilidad, lo dijo el presidente del PLD, Temístocles Montás, en unas declaraciones muy criticadas, “mientras exista crecimiento económico no hay problemas, se puede hacer cualquier cosa”.
Lo que pasa hoy no es sólo culpa de tu partido, es culpa de todos, nos acostumbramos a todo, mientras esto no afecte mi nivel de confort, nada nos turba, nada nos espanta.
La Junta Central Electoral de hoy como la del 2004 está dirigida por hombres y mujeres que apreciamos, pero están en el torbellino de un río que se lo traga todo y no han sabido usar el salvavidas de forma adecuada.
Sus propias declaraciones en muchas oportunidades, en otras no tomar acciones rápidas, han permitido que muchos no confíen en su imparcialidad y no hay nada peor para una sociedad que desconfiar de sus árbitros.
Especialmente una sociedad como la nuestra, que ha perdido sus mejores referentes, Rafael Herrera, Rafael Molina Morillo, Freddy Beras Goico, Nicolás de Jesús López Rodríguez, y Monseñor Núñez con sus memorias nos dice que quiere retirarse, ojalá que no.
Vemos los enfrentamientos entre políticos, encuestas en las que sólo cree el que la beneficia, medios de comunicación temerosos o comprados, empresarios como dice Temo, agarrados de la buena vela de la economía.
¿Qué pasará en febrero? ¿Qué pasará en mayo? Espero Monseñor que contará en su segundo capítulo que no dejó pasar la crisis y que como en oportunidades anteriores, que enfrentó fusiles y con su palabra supo calmar ímpetus y ambiciones, pueda hacer lo mismo, algo más cansado, pero con el mismo entusiasmo por un país que quiere estabilidad, buena gestión y equilibrio social.
Un país que sabe qué tan alto es el precio de la inflación, del desempleo, de la comida cara. Un país que necesita que sus mejores hombres y mujeres entiendan que es aquí y no en otras geografías donde puede estar su desarrollo.
Una juventud que no aspire a la política porque se crece más fácil, sino porque se va a servir y donde al empresario se le juzga por su éxito y no por lo que aporta a su país. No se rinda, que la democracia no fracase, para que esa economía que tanto atesoramos no colapse. Para que esos dirigentes políticos que antes se llamaban compañeros, hoy no pueden verse la cara, entiendan que por encima de sus diferencias hay cuatro millones de dominicanos que aspiran salir de la pobreza.