¿Quién diría que al sufrimiento se le pudiera extraer beneficios o que una postura de supuesta debilidad fuera rentable? Aunque a cada uno nos toca alguna vez cierta dosis de dificultades porque no todo puede ser miel sobre hojuelas, hay quien ha hecho del desamparo y de las tragedias reales o figuradas una profesión y de la lástima ajena, un sistema de vida.
Ese que transita su existencia atribuyendo su desvalimiento a los demás y haciéndolos sentir culpables de sus vacíos, enfermedades y limitaciones; el que magnifica sus problemas en la búsqueda de que otro los asuma; el que entiende que con sus padecimientos deben cargar los otros en vista de que, en su aparente desamparo, considera que merece ser asistido en cada tramo.
Nunca como ahora ha sido más ventajoso asumir la postura de alguna desgracia ni tan productivas las privaciones y las miserias para sacarles provecho.
El drama, la manipulación emocional o material son propios de quien se exhibe como víctima porque considera que es más cómodo hacer cargar al otro con el peso de una serie de circunstancias desafortunadas -tanto económicas como mentales que tener que hacerles frente.
En lugar de encarar los inconvenientes, es mejor provocar que los asuma aquel de posición privilegiada para que, en su cargo de conciencia por vivir mejor, se sienta responsable de resolverlos.
Ninguna relación familiar, laboral o amistosa, debería ser pretexto para que alguno, dentro de sus carencias y estrecheces, haga con viveza del infortunio o de alguna desgracia (pasada o presente) una bien administrada filosofía de vida, para hacer pensar al otro que debe enmendarlas, llámese Estado, cónyuge, empleador, amigo, padre o hermano. Hasta la solidaridad, la bondad y empatía tienen un límite y llega un momento en que se agotan.
El paternalismo en favor del que maneja su aparente situación de desventaja, no hace más que atrofiar y atrasar al beneficiarlo al convertirlo en un inútil; a la postre, ese chantaje emocional deja al sometido que, al final, es la verdadera víctima de las maniobras desgastado y con el sentimiento de haber sido utilizado. Cada quien nació solo y solo se irá, de lo contrario, hubiéramos llegado al mundo acompañados de aquel en quien pudiéramos recostarnos.