Ahí está el pequeño, aferrado a la mano de su madre mientras en el otro lado carga la lonchera azul, su color favorito.
El reloj marca las 6:12 de la mañana y el Metro de Santo Domingo ha abierto ya sus puertas. A pesar de que el recorrido es habitual para el niño, ama tanto los trenes que observar maravillado cada detalle desde que ingresa a la parada lo hace sonreír abiertamente.
El ascensor, la vía de acceso al segundo nivel más conveniente para el pequeño ya presenta fila un poco desorganizada, así que optan por subir las escaleras. Una vez arriba, pasar por el registrador de viajes parece ser un juego para él, se desliza por debajo del mismo con gracia ya que su tamaño aún se lo permite.
Una vez más, se aferra con fuerza a la mano de su mamá, aunque no lo dice, le pone un poco tenso la multitud alrededor, las personas que por llevar prisa no se fijan en que empujan o pisan a los demás. Pareciera que esa molestia empequeñece cuando escucha el peculiar sonido del tren acercarse y sus ojitos brillan con emoción al verlo.
Desde lejos, los colores rojo, azul y blanco son lo primero que distingue y así lo hace saber a su progenitora, quien a su lado le aprieta aún más la manita y tensamente se prepara para ingresar al medio de transporte en cuanto se detenga.
A pesar de haberse colocado en la puerta preferencial con el pequeño, sabe que al momento de ingresar, la multitud no lo tomará en cuenta, así que se acomoda la cartera, la mochila azul del pequeño y la lonchera mientras se asegura que el pequeño sujete correctamente la suya.
Con el pitido habitual, el metro se detiene y al abrir sus puertas ningún protocolo es válido, a pesar de no ir muy lleno, las ansias por ingresar en los usuarios es evidente cuando empujan para hacerlo, obviando, quizás por la hora, que un pequeño de cinco años está en el grupo.
Por suerte, la madre logra ingresar sin que sean lastimados y ambos miran alrededor mientras ella pide le cedan un asiento para el pequeño. Entre tanto se miran las personas sentadas (en los asientos preferenciales), una amable señora se ofrece a darle “un ladito” junto a ella al pequeño, para esto, extiende su mano para agarrarlo ya que el metro se pone en marcha y es peligroso que el niño esté de pie.
Su rostro amable se transforma en cuanto el niño se sacude con fuerza de su agarre y se niega tenso y ansioso a sentarse a su lado; “tienes que soltarlo, está muy ñoño”, le dice a la madre mientras esta abraza a su hijo y trata de calmarlo (aún de pie).
Acostumbrada ya a este día a día, la joven opta por guardar silencio. Al parecer a alguien por fin le parece inadecuado que el niño viaje de pie, y un caballero cede su asiento mientras el tren se detiene en la siguiente parada.
La madre mantiene el silencio, no quiere explicar a extraños que su pequeño es azul, que no es capaz de socializar con desconocidos y que las multitudes le ponen nervioso.
(Mencionar a un agente de seguridad del metro parece no ser necesario, total, es como que no están, y tomando en cuenta que ceder el asiento no es una obligación sino una norma de cortesía, bueno, no juzguemos esa parte).
Una vez sentados y mientras la señora y otros pasajeros hablan de lo bien e independientes que han criado a sus hijos y lo ñoños que son los niños actualmente, el pequeño se calma en las piernas de su madre que le dice al oído que respire y que todo está bien.
Dos paradas más adelante y aún con una conversación indirecta sobre ellos, el par está sumido en el mundo azul. Él, hablando de los colores del tren y ella escuchando atentamente mientras trata de ignorar los comentarios que le ponen incómoda.
Escuchar por las bocinas el nombre de su parada de llegada es un alivio enorme para la madre, quien quisiera que el viaje fuera más rápido, mientras el pequeño, ajeno quizás a una realidad que no tocaremos en este momento, quisiera que el mismo fuera más largo.
Abandonar el tren no es menos complicado que ingresar en él, pero da una sensación de alivio agradable.
Agarrados de las manos, toman las escaleras nueva vez para salir de aquella parada. La joven, sabiendo que al día siguiente harán el mismo recorrido y bajo las mismas circunstancias que se presentan cuatro de cada cinco días, el niño, contento de volver a tomar el metro.
De interés
Pequeño azul: se dice de los infantes autistas. El azul es el color que representa el autismo y es el símbolo más utilizado para representar esta condición.
Hay diversas explicaciones que justifican el uso del color azul para simbolizar el autismo, pero hay una que es la más aceptada.
La principal explicación que justifica el uso del color azul para representar el autismo, es que el azul es el color del mar.
De esta forma se hace un paralelismo entre el mar y las personas con autismo, principalmente por dos motivos:
- El mar y las personas con autismo suelen estar calmados y tranquilos, pero en ocasiones, por distintos motivos, ambos pueden descontrolarse de repente.
- Tanto el mar como las personas con autismo albergan un mundo interior muy rico que todos quedarían fascinados al conocer.