Es absurdo como en ese grupo tiran piedras con tantos techos de cristal. Con discursos politiqueros maquillados por un idealismo que ya a nadie convence, unos y otros, incluso algunos rivales dentro de un mismo bando, se han dejado ver el refajo en lo que deleitan a un sonriente titiritero que hoy se encuentra más que satisfecho por la fiel ejecución del guión que ha diseñado.
Mientras el príncipe sin reino anhela retornar después de una larga espera, los útiles títeres siguen enfrascados en acusaciones ridículas, teorizando sobre negociaciones espurias y “pactos con el enemigo”, y culpando a los actuales de cosas cuya responsabilidad recae sobre su propio jefe, como si el dominicano viviese de espaldas a la realidad y sufriendo de amnesia selectiva.
No se dan cuenta de que la calidad moral para cuestionar ya no la tienen, en especial aquél al que idolatran. Ni el que celebró con vinos espumantes una derrota de hace 15 años ni el que hizo lo mismo hace apenas dos. Ni el que aceptó ayuda para robarse una vaca que fue engordada por otro ni el que por venganza se acercó a los mismos que colaboraron con su destrucción.
Ni el terco cuyos intereses personales atropellaron el trabajo de terceros, ni el miope que aún cree que tiene una oportunidad en el cercano futuro. Ni los ingratos, ni los traidores, ni los oportunistas, ni el que unificó al contrario y dividió al suyo, ni los que hoy parecen haber olvidado que deben todo lo que tienen a personas que pretenden crucificar, ni los que predican una falsa imparcialidad para pescar en río revuelto, ni los abogados que “sólo están haciendo su trabajo”, ni los que actúan como niños deslumbrados por el circo, ni siquiera los idiotas que no entienden el juego.
Y entretenidos en este escenario que los obnubila, hace tiempo que defraudaron a muchos que, sin ser parte del problema, esperaban contar con ellos.
Ojalá en algún momento una marea cerca del titiritero traiga consigo delfines que salten por encima de la mediocridad, que lideren sin compromisos ni ataduras, que no respeten a “viejos robles” ni a principios anticuados que perpetuán el atraso en los grupos y que tengan la capacidad de ver un poco más allá de lo que tienen al frente. Aunque el príncipe no tenga probabilidades reales de llegar al poder, el relevo es importante para el sistema de partidos y, por ende, para la democracia.