El poder necesita apoyo popular. Necesita que, si bien los ciudadanos no lo amen, al menos no lo desafíen. Esto se logra con la fuerza bruta en regímenes dictatoriales (y en los sistemas feudales y esclavistas de otras épocas), y a través de la propaganda en los estados “democráticos”.
A través de dicha propaganda el Estado nos persuade para que no protestemos masivamente. Esto es particularmente así cuando de impuestos se trata, y se nos dicen cosas como estas:
El Estado necesita recaudar, para el bien de todos. Con el dinero recaudado contribuye a crear más empleos, nos defiende de nuestros enemigos, provee educación y salud gratuita, nos protege en la vejez, y garantiza un ambiente de orden, paz y justicia.
El Estado somos todos. Cada persona debe estar comprometida con la nación.
El Estado representa la voluntad popular.
No pagar equivale a ser malvado, egoísta y poco solidario con nuestros compatriotas. Los que tienen debe contribuir gustosos con el pago de impuestos para ayudar a esparcir su prosperidad en la sociedad (como si la caridad libre y espontánea jamás hubiese existido entre la gente).
Los impuestos son justos mientras afecten más a los ricos que a los pobres (como si haciendo más pobres a los ricos, los pobres se volviesen más ricos).
Todas estas son mentiras totalitarias, que disfrazan la realidad subyacente: los impuestos (lo expresa su propio nombre) no son más que una obligación a la que estamos forzados. No la aceptamos con gusto y no es verdad que con ese dinero que nos quitan se trabaja para nuestro bien.
En República Dominicana donde menos, porque prácticamente ningún servicio que se ofrece desde el sector público funciona con eficiencia.
Tampoco es verdad que el Estado somos todos. Porque es imposible que toda la gente mande. Es el Estado (o sea un grupo inalcanzable de políticos al mando) quien nos controla. Nosotros somos sus súbditos.
Para lo que sí ha servido esta propaganda es para amparar el crecimiento del aparato estatal (y su ejército de funcionarios) y aumentar su presión fiscal. En algunos países (España entre ellos), seis meses del año se trabaja ya para entregárselo al fisco. Y gracias a esto un grupo de políticos (en todos los gobiernos y de todos los partidos), y sus vinculados, se han hecho inmensamente ricos.
Hasta ahora, al ciudadano común no le ha quedado más remedio que resignarse. Si se le ocurre rebelarse contra esta injusticia y rechazar pagar lo que le obligan, es multado y tratado como un delincuente.
Se dice que “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Argentina y El Salvador en este lado del mundo lo han comprendido muy bien. Ojalá nos sirvan de ejemplo.
La autora es economista y empresaria.