Después de todo primero, hay un segundo. Ese colaborador solícito que, a lo mejor, prepara los discursos, traza las estrategias y fija el rumbo para que su protegido se destaque; un trabajador incansable cuya principal meta es proyectar al otro, sin más interés que el de lograr su trascendencia, un aliado incondicional en el camino, para que todo pueda fluir libre de obstáculos.
Es el secreto mejor guardado de una gestión exitosa, el que no se lleva los aplausos porque, además de que no los necesita, se siente pleno con la satisfacción del deber cumplido. Le basta la confianza del cabecilla porque representa sus ojos, sus oídos y en muchos casos, hasta su mente. Cuando uno piensa, ya el otro lo ha hecho. Es su alter ego, su complemento para que sea relevante, su mano derecha, el eterno asistente, la faceta menos conocida tras la historia del personaje destacado.
Es el soporte imprescindible para el líder que, tras su sombra, lo hace brillar. Su pasividad por no perseguir los flashes no quiere decir en modo alguno que no sea una fuente de constante ebullición de ideas, propuestas y realizaciones. Toda esa energía se expande en un plan muy bien trazado en el que otro lleva el timón de una nave cuyo funcionamiento sólo él conoce.
No es el poder detrás del trono, es el apoyo sobre el que sostiene el rey, el presidente, el gobernador, el director, el empresario, la máxima autoridad o hasta el compañero. Ni vasallo, ni servil, hace lo que se debe, en el momento justo y la hora precisa, sabe perfectamente cuándo hacerse presente o retraerse. No es que carezca de ambiciones, es que sus prioridades son otras y está plenamente seguro de su rol, el protagonismo ni le atrae ni le quita el sueño, sus oportunidades vendrán solas sin avasallar, sus aspiraciones no requieren que acuda a la traición, sabe que su momento llegará y es fiel hasta el final, pero mientras, contribuye al momento estelar de su patrocinado.
No aspira ocupar el puesto del otro porque disfruta su triunfo como propio y tiene su propio espacio. Después de todo, es el principal artífice de sus aciertos y esos logros son también suyos y llevan su sello. Hay un proverbio de la cultura italiana que dice que no hay dos sin tres, pero, en realidad, no hay uno sin dos.