Como bien diría Carlos Marx citando a Hegel en su obra “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, “… todos los grandes hechos y personajes de la historia universal, aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.
Ningún lugar mejor para comprobarlo por estos días, que República Dominicana, donde un sujeto, nieto del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina, ha regresado del exilio dorado que hasta hace poco vivía con los remanentes de tan nefasto personaje, sin preocuparse jamás ni por el sitio geográfico de donde provienen sus ancestros, ni por los dolores que aún padece ese pueblo martirizado por sus mayores; y aparece con la desafortunada consigna de “mano dura sin dictadura”, digna de un tahúr que sabe mentir, pero carece de moral para evitarlo.
Si ese personaje se atreve a venir a este país, ante este pueblo, a aspirar a la presidencia de la República, y, por demás, encuentra eco por mínimo que sea, es una afrenta para el liderazgo político de las fuerzas dominantes. Su abuelo, Trujillo, fue muerto en 1961 y los norteamericanos se empeñaron en mantener el viejo edificio de la tiranía en pie, el trujillismo sin Trujillo. La Unión Cívica Nacional tomada de mano por los norteamericanos lanzó por la borda su falso antitrujillismo, luchó por hacer salir a los parientes del tirano, pero desde que llegó al poder con el Consejo de Estado, dejó todo igual: la misma maquinaria represiva, los mismos esbirros intelectuales y materiales, lo que sin dudas tuvo sus consecuencias en el devenir histórico.
Hay que reconocer, de manera autocrítica si fuese necesario, que la izquierda en la época no transigió con el trujillismo y lo denunció enérgicamente, pero no encontró mucho eco y siquiera una comisión de la verdad pudo crearse, que hubiera sido una buena forma de llevar la denuncia del trujillismo hasta el fondo y desenterrar sus raíces. Pero este pueblo sabe bien que esas raíces no pueden resurgir, aunque el susodicho nieto encuentre dos o tres interlocutores políticos, amigos del autoritarismo, que le acompañen en su desafortunada aspiración.
En el fondo, no hay ni puede haber ningún compromiso espiritual, ni político, ni cultural, ni ideológico entre los verdugos y sus víctimas. Jamás un Trujillo ha hecho un acto de seria contrición ni ha pedido perdón a los huérfanos que produjeron por miles, ni a los descendientes de los torturados, encarcelados, esquilmados y hambreados. Dejarían de ser Trujillo; dejarían de considerar al país como una gigantesca Hacienda Fundación donde todo les está permitido y donde el destino, la prosperidad y la vida de cada dominicano sigue pendiendo del hilo de sus caprichos, instintos represivos e insaciable ambición.
Lo de menos es que tenga o no derecho constitucional para reclamar la herencia a un trono de sangre. Lo esencial es que la sola intención es una bofetada mortal contra el pueblo dominicano y una burla trágica contra las víctimas del funesto trujillato. Hay ejemplos en la historia de descendientes de este tipo de personajes que han vivido una vida digna y ejemplar. No es el caso: este aspirante a la presidencia de la Patria de Duarte, Luperón, Manolo y Caamaño, entre otros, se benefició de distintas formas con los despojos del saqueo y vivió rodeado del revanchismo y el desprecio al mismo pueblo que tuvo el coraje, tras vivir aplastado durante más de tres décadas, de ajusticiar al culpable mayor de sus desgracias y expulsar de su suelo a los demás criminales de su familia. Y hoy tantea el terreno a ver si están listas las condiciones para regresar a encadenar a los hombres y mujeres libres, y reeditar la misma historia.
Nada lo justifica; nada lo ampara; ni los problemas que atraviesa la nación, ni la corrupción, ni el aumento de la criminalidad, ni la inmigración ilegal de extranjeros, ni la pobreza, ni las desigualdades, ni la falta de justicia social y oportunidades, que el gobierno del presidente Danilo Medina se esfuerza en mitigar. Todos esos problemas lejos de solucionarse se agravarían con el regreso de la dictadura que representa y trae oculta en la manga, como modelo para reinar sin opositores y sin democracia. Todos se pueden resolver con las reservas morales de la misma nación dominicana, con el patriotismo y unidad de sus ciudadanos, con el adecentamiento de la vida nacional, con el restablecimiento del imperio de la ley, y sin asfixiar la democracia. No hacen falta herederos de tiranos para lograrlo.
Como mismo se expresa hoy este descendiente del dictador pensaba y se expresaba su abuelo, como antes pensaba y actuaba el abuelo de su abuelo, represor de los independentistas cubanos del siglo XIX siendo segundo jefe de la policía colonial española en la vecina isla. Si releemos los discursos de Trujillo y sus corifeos durante más de treinta años, jamás dejaron de proclamar que habían hecho del país una nación de orden, trabajo, democracia, progreso y moralidad. La vuelta al pasado no resuelve ni los problemas del presente ni del futuro.
Como muestra de sus falencias no ha dudado en adquirir la franquicia de un partido local y de ser arropado por personajes sustentadores de la cultura trujillista. Demasiada sangre derramada para suicidarnos como nación. Demasiado sufrimiento para traicionar la memoria de los muertos. Demasiada historia para olvidar ante esta intención.
Tal vez lo interesante de este pasaje, utópico para este pueblo, es que ha comenzado a revivir el sentimiento de rechazo al trujillismo como cultura política y forma de tiranizar a un pueblo, como ideología del robo y del terror; que con una intensa campaña de denuncia de todo lo que ha pasado, terminar de sacar esa mala herencia de raíz. Al pasado no se vuelve jamás. Y menos para perpetuar la estirpe de quienes traicionaron, reprimieron y arrancaron los mejores sueños de varias generaciones de dominicanos y dominicanas.