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Este artículo lo publiqué hace 11 años y su vigencia cada vez es mayor. Debemos elevar nuestra voz en todos los escenarios para enfrentar con vigor y dignidad la calumniosa campaña internacional que se nos tiene con el tema haitiano.

“Imaginemos que soy un famoso detective y que algunas naciones me solicitan investigar sobre una planetaria acusación: “Los dominicanos atropellan y tratan como esclavos a los haitianos”.

Me dirijo a la República Dominicana. Alquilo una modesta casa en un sector de clase media. Detrás construyen apartamentos donde la mano de obra es haitiana. Son más o menos felices.

Al lado de mi temporal hogar un haitiano cuida una pequeña ferretería por las noches. El vecino me dice que apenas lo conoce, pero que nunca ha tenido inconvenientes con él, que es un vigilante honesto. Pero eso podía ser casualidad. El universo no podía equivocarse: “Los dominicanos odian a los haitianos”.

Recorro la ciudad. En las calles esperaba contemplar a los dominicanos llenos de rencor persiguiendo a los haitianos, lanzándoles piedras, humillándolos, sin permitirles siquiera caminar libremente por las calles y, mucho menos, entrar a lugares exclusivos para dominicanos.

Buscaba pruebas del apartheid caribeño.

La realidad era distinta. Dominicanos y haitianos compartían todo, especialmente la sonrisa noble y la miseria. Disfrutaban la bachata y el ron. Se mezclaban y formaban hogares.

Admiré la forma en que se relacionaban. Hacían negocios. Vivían en armonía. Trabajaban en comunidad. Se encontraban en los colmados, en el transporte público, en las esquinas, donde vendían alimentos. Luego fui al campo y observé lo mismo.

Me dirigí a la frontera, y allí, la verdad, si no fuera por el idioma y algunos rasgos en la piel, no sabría distinguir quiénes eran unos y otros. Era como una familia grande, donde todos se entendían.

En mi recorrido averigüé que eran escasos los enfrentamientos entre dominicanos y haitianos. Reinaba la paz. Se trataban con respeto y confianza. Confieso que nunca había visto dos pueblos tan diferentes manteniendo una relación tan normal. En Asia o África habría una guerra constante.

Luego leí que los haitianos ilegales tenían los mismos derechos laborales que los dominicanos, que hay miles de sus ciudadanos estudiando en las escuelas y universidades dominicanas (la mayoría con excelente comportamiento), que reciben gratuitamente atenciones médicas (en especial las parturientas) y que se benefician de los comedores económicos.

Conclusión de mi investigación: “En el mundo no entienden lo que sucede aquí. En Haití la natural vía de escape es la República Dominicana, otro país pobre. Si hay problemas, la culpa será de quienes dejaron abandonado al pueblo haitiano y ahora injustamente culpan de esa situación a los dominicanos”.

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