El conductor del artefacto, usualmente de dos ruedas, que denominamos “motorista”, es una “subespecie” dominicana de origen urbano, pero ya “regada” en todo el país, con definidas características, particularidades especiales y más que nada, actitudes muy propias, que asemejan el comportamiento de manada, cuando de grupos se trata. Quizás este análisis corresponda a especialistas de la sociología en su rama “conductual” sea por la peculiar “conducta” o por su forma de “conducir” y más que nada por cómo interpreta las normas vigentes, al transitar por nuestras calles, avenidas y carreteras. Me aventuro a caracterizar a esta plaga que crece descomunalmente, como medio de transporte popular y “barato” que resuelve la movilización de una porción importante de los de menor capacidad adquisitiva. El que se desplaza con familia, por lo general conduce de forma más prudente y conservadora. Los conductores de motocicletas que son cobradores y mensajeros, son los que lo hacen a mayor velocidad, desafiando las leyes naturales de que “dos cuerpos no pueden ocupar simultáneamente el mismo espacio” que complementa el principio “motorístico” de “yo quepo por toa palte”, y especialmente cuando se trata de desplazarse entre vehículos, “a tó lo que da”. La máxima de que “el motorita e ei chasi del motoi” se esconde entre los no razonamientos de nuestro peculiar conductor suicida, que se junta con la Segunda Ley dinámica del motorita de: “Primero yo”, que los obliga a intentar pasar primero, aunque para ello tengan que colisionar con vehículos más grandes y por ello tiene sala particular, el Hospital Darío Contreras. Más de 900 muertos en accidentes que involucran motores entre el 2020 y 2023, gritan las estadísticas. Hoy las motocicletas utilizan bocinas que las hace confundir con patanas, locomotoras o cualquier gigante que se desplace y te la “suenan” significando “quítate que vuá a pasal yo”, usual desde posiciones absurdas y contrarias al lugar adonde se dirigen. No respetan semáforos, señales y mucho menos agentes de tránsito. Estos últimos, cómplices de sus tropelías, se hacen de la vista gorda, permiten a los motoristas (casi siempre “padres de familia”, en estricto sentido popular) y resultan unos privilegiados ubicados por encima del cumplimiento obligatorio de la ley y que rompen con el principio constitucional de que “todos somos iguales frente a la ley”. Mentira. El motorista tiene más privilegios que el resto de los mortales. Los “delíveri” merecen mención aparte, como “kamikazes” de la conducción temeraria al extremo y pobre de ti, si se da un encuentro violento con tu vehículo. Toda responsabilidad recae sobre el conductor privado, aunque este sujeto haya caído de un segundo piso sobre tu techo. El motoconchista es especie poderosa y organizada: “un gorpe a uno e un gorpe a to” y te caen arriba, “Komo lo pavo”. Constanza, si no tiene el récord, posee buen averaje de choques de frente ¿? entre motoristas, con saldos fatales y sólo la velocidad de bólido produce estos efectos de desperdicio de vidas.