El “motorita” es una subespecie evolucionada del conductor dominicano, que lo supera ampliamente en lo que a manejo imprudente y temerario se refiere. Entre calles, caminos y carreteras se conforma el área de tránsito de los 48 mil y pico de kilómetros cuadrados que nuestro territorio significa y donde transitan 4.2 millones de vehículos registrados, cifra de la cual el 54.6% corresponde a motocicletas, es decir, más de 2.29 millones de estos artefactos. Concebidos como transporte, de a lo sumo dos pasajeros, que la capacidad desnaturalizadora del criollo lo han convertido en autobús de dos ruedas, donde “caben to”. Con principios propios que contraviene en hasta las leyes naturales, se desplazan como la “jonder’diablo” a velocidades subsónicas sin entender que su cuerpo es parte integral del chasis. Las leyes naturales que involucran el “centro de gravedad” es olímpicamente violentada, con fatales consecuencias. La idea de que “eto cabe en toa’palte” es un axioma de aplicación permanente que en atrevidas piruetas, se aplica haciendo atrevidos malabares entre vehículos en movimiento, eludiendo el ser “aperruchado” entre dos vehículos desplazándose en el mismo sentido. En algunas zonas, como en Constanza”, los motoristas accidentados no colisionan con ánimos de que no haya heridos, sino “difuntos”. Extrañamente allí ocurren choques frontales con inusual frecuencia. Las cifras son alarmantes. El “Wilin” o “calibrado”, que coloca el motor en posición vertical mientras se mueve, obliga a mirar al cielo, poniendo en riesgo al propio motorista y a los infelices que esa máquina ciega encuentre en su camino. El motorista suicida, que emulando los kamikazes japoneses de la gran guerra mundial, se convierte en torpedo de tierra, acostándose sobre el asiento, para reducir la resistencia al aire, partiéndose la “crisma” (aún no se qué órganos incluye) si se “fuera de jocico”. El artefacto mecánico que desplazó al burro, representa una magnífica opción de transporte económico, que mal usado se convierte en provocador de dolor familiar, cuando ocurren tragedias que los involucran y no por el motor en sí, sino por la imprudencia, el manejo temerario y el desplazamiento veloz y la posibilidad de ser aplastados por desaprensivos en vehículos mayores. Con estupor, vemos cómo se incluyen, como “pasajeros”, a infantes de todas las edades, víctimas propiciatorias de estadísticas nefastas, sin capacidad de defensa.
Cuando “sacan” la mano (que siempre está afuera), interprete usted la intención del sujeto que “jinetea” un motor. Todo aquel que aprendes a conducir, con las “normas” del “antimanejo” del motorista, cuando es “chofer” de vehículos de 4 ruedas o más, es una peligrosa amenaza con criterios con la estrechez del motor que condicionó su cerebro. A esto sumémosle la entrada masiva de haitianos que conducen motores, con su contagiosa
incultura general.