La idea del crimen perfecto ha cautivado a escritores, cineastas y soñadores de la impunidad. Un delito imposible de detectar, un rastro que no lleva a ningún lado o que conduce a caminos erróneos, un culpable cuya identidad se diluye entre la multitud… Estos elementos son comunes en la literatura detectivesca, donde abundan los asesinos ingeniosos y los enigmas sin resolver. Pero ¿existe realmente el crimen perfecto, o es solo una ilusión creada por la ficción?
El derecho penal y la criminología nos enseñan que lo perfecto no es sinónimo de lo impune. Muchos delitos quedan sin resolver, no porque sean impecables, sino por fallas humanas: pruebas mal recogidas, falta de recursos o simple negligencia. Sin embargo, la criminalística ha evolucionado al punto de hacer casi imposible que un crimen no deje huella. Un cabello, una huella dactilar olvidada, un mensaje de texto borrado pueden convertirse en la clave de un caso.
Incluso, se tienen registros de procesos que quedan impunes durante años, y luego la ciencia avanza y son resueltos, claro, en estos hubo una correcta recolección y embalaje. Entonces, parece cierta la frase de que “el crimen no queda impune”.
El criminólogo Edmond Locard, considerado pionero de la criminalística moderna, formuló el principio de intercambio, según el cual “todo contacto deja un rastro”. Esta idea es fundamental en la investigación criminal, ya que parte del supuesto de que el delincuente siempre deja algo en la escena del crimen y, a su vez, se lleva algo consigo. Aunque intente borrar sus huellas, modificar el escenario o incluso inducir a error a los investigadores, es difícil evitar que alguna prueba lo delate.
Desde la criminología, la idea del crimen perfecto también se desmonta con el concepto de la criminalidad latente, desarrollado por Enrico Ferri. Según este enfoque, el delito no es un hecho aislado, sino el resultado de múltiples factores biológicos, psicológicos y sociales. Es decir, la conducta criminal deja huellas más allá de la escena del crimen: en el comportamiento del delincuente, en su entorno e incluso en la manera en que reacciona tras cometer el hecho. La justicia puede tardar, pero en la mayoría de los casos, los errores, las contradicciones y los patrones de conducta terminan delatando a quien creía haber escapado.
La tecnología también ha reducido las probabilidades de que un delito quede impune. Los sistemas de videovigilancia, el análisis de ADN, las bases de datos criminales y la inteligencia artificial aplicada a la investigación forense han permitido resolver casos que, en otras épocas, habrían permanecido en el misterio. En muchos países, el uso de software para el reconocimiento facial y la geolocalización ha sido clave en la identificación de sospechosos. La digitalización de pruebas, desde correos electrónicos hasta historiales de navegación en internet, demuestra que el crimen moderno deja rastros incluso en el mundo virtual.
Aun así, el mito del crimen perfecto persiste porque juega con el deseo de algunos de desafiar el orden establecido. Sin embargo, la historia demuestra que, tarde o temprano, la verdad sale a la luz. Ya sea por un descuido, por un testigo inesperado o por los avances en la investigación criminal, la impunidad absoluta sigue siendo, en la mayoría de los casos, solo una ilusión.