Una de las causas principales de los problemas de nuestro país ha sido la atávica actitud de nuestro pueblo de fomentar el caudillismo abrazándose a determinados líderes como si una sola persona estuviera destinada a gobernarlo.
Por eso nuestra historia política ha estado marcada por la hegemonía de grandes caudillos Santana, Báez, Lilís, Trujillo, Balaguer; y prácticamente todos nuestros gobernantes han apostado a perpetuarse en el poder.
Y esto no solo sucede con los presidentes, sino con casi todos los puestos de mando en el Estado, lo que también se reproduce en otros sectores de la sociedad como sindicatos, gremios profesionales, asociaciones, clubes, entre otros.
Esto, unido a las debilidades institucionales y la falta de cumplimiento con la ley que hacen de los controles y contrapesos una utopía, ha sido caldo de cultivo para la corrupción, útil mecanismo para mantener supuestas bases de sustentación que no son más que meras complicidades.
El daño que se le ha hecho al país por esta inveterada práctica es incalculable, el Estado convertido en feudos, asumido como botín, desguazando sus propiedades, convirtiéndolo en mercado de intereses espurios, desmantelando sus fundamentos e invirtiendo los valores para hacer ver como natural lo que solo puede ser tildado de violación a la ley y falta de moral.
La mejor prueba de esto es que con inusitada frecuencia cada vez que se produce un cambio en una institución se destapan los escándalos y aquellos que se entendían imprescindibles, que se vendían como redentores, quedan desnudados como lo que son, malos funcionarios que defraudaron la confianza ciudadana; aunque no todos tengamos la imparcialidad para verlo. Pero como lamentablemente no se llevan a cabo procesos judiciales, esas personas logran reciclarse y reengancharse en el tren del poder, asumiendo poses con las que intentan seducir y seguir engañando a quienes a veces juzgan más ignorantes de lo que en realidad son.
Parece inexplicable que ante tan repetitivo escenario no hayamos aprendido la lección de que la permanencia indefinida en los cargos no solo es malsana, sino que priva de tener mejores opciones. Tampoco hemos aprendido que el que lo hace mal en lo poco, lo hará peor en lo mucho, así como el que lo hace bien en algo lo hará probablemente bien en todo.
La ocasión es propicia para que evaluemos los casos en que hubo cambios de autoridad, si el resultado es positivo como sin lugar a dudas es así en algunos casos, debemos pensar en cuántas oportunidades de mejoría se han perdido y pudimos haber seguido perdiendo simplemente por permitir que nos hagan creer que no hay mejores opciones o que no es posible vencer a quienes parecen enquistados en el poder. Mejorar nuestra débil institucionalidad es un gran reto, que aunque difícil de alcanzar no debemos desmayar en intentarlo, pero lo que sí podemos hacer más fácilmente es hacer conciencia de que no podemos suplantar instituciones fuertes por personas autoritarias, porque una cosa es la bondad de la fuerza de la ley y otra muy distinta el negativo y dañino autoritarismo.
Este 16 de agosto debemos tener presente que no hay mejor homenaje a los héroes que restauraron nuestra República que emular su ejemplo, que así como ellos creyeron en que sí era posible ser una nación independiente, debemos creer que sí es posible tener un mejor país si colocamos al frente a nuestros mejores hombres y mujeres, y no a los que algunos nos quieran hacer ver como únicas opciones viables, pues muchas veces simplemente son la única vía para ellos de mantenerse saboreando las mieles del poder y distan mucho de ser lo que el país requiere.