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En el mundo occidental, cuyo epicentro antiguo fue Grecia, todo saber epistémico suele quedar anclado en la tradición cultural de dicho pueblo de antaño, por cuya razón la disciplina gnoseológica que ahora resulta ser nuestro objeto de comentario también recibió sus primeras nociones del quehacer cognoscitivo de los filósofos jónicos, milesios y eleáticos, entre otros presocráticos, pero de igual modo hubo escolarcas, situados en estos tiempos pretéritos, tales como Sócrates, Aristocles y Aristóteles que dejaron aportes trascendentales sobre la materia tratada en ciernes.
En efecto, la filosofía del lenguaje tuvo su aporte primigenio en la obra de Aristocles de Atenas, mejor conocido como Platón, que lleva por título Cratilo, escrita en el año 360, antes de Cristo, cuya primera traducción le correspondió realizar a Friedrich Schleiermacher, versión que fue publicada en 1807, justo a principios de la centuria decimonónica, esfuerzo intelectual que permitió que este diálogo filosófico llegare a otros hablantes de lenguas modernas.
Y resulta útil decir que la obra de Platón que ahora nos sirve de referencia, intitulada Cratilo, constituye un aporte histórico de primer orden para el estudio de la filosofía del lenguaje, por cuanto se trata de un contenido que aún conserva vigencia, pese a que lleva más de dos milenios que vio la luz pública.
En el mundo de los diletantes de la filosofía del lenguaje, para sumergirse en las profundidades de semejantes círculos semiótico y comunicativo, resulta útil valerse de la traducción del Cratilo realizada por Atilano Domínguez, por cuanto de ahora en adelante hay que abrevar en dicho aporte propiciatorio de la comprensión de tal diálogo platónico.
En torno a semejante disciplina de la filosofía, cabe traer a colación que los filósofos presocráticos adscribieron sus ideas sobre la materia objeto de comentario en dos perspectivas básicas, ora en la teoría naturalista o convencionalista del lenguaje. Luego, en el diálogo quedan recreadas ambas posturas contrapuestas entre los dialogantes, en tanto que Platón optó por tomar partido en dicho debate, a través de la intervención de su maestro.
A través de Sócrates, Platón, como discípulo sobresaliente del escolarca de la mayéutica, expuso en el Cratilo sus ideas sobre esta materia filosófica, convirtiendo a su maestro en defensor de la teoría naturalista del lenguaje, en tanto dejó establecido que el nombre era un signo natural, cuya exactitud y rectitud dependían de la misma naturaleza.
De igual manera, el escolarca de la Academia contradijo a Hermógenes, valiéndose de su maestro, por cuanto le ripostó a este dialogante que el acto de poner un nombre no era una tarea irrelevante, toda vez que la persona que ejerciere semejante función tendría que ser demiurgo, artífice, técnico, legislador, filósofo, dialéctico o autor que fuere total conocedor de la esencia o naturaleza de las cosas.
De las notas orientativas de Atilano Domínguez, percibidas para entender el Cratilo, pueden verse varios ejemplos extraídos de la realidad circundante, tales como el tejedor, el taladrador y el dialéctico, quienes usan sus respectivos instrumentos con el objetivo de realizar las funciones que les son inherentes, a saber: Lanzadera en pos de tejer, barrena con miras a taladrar y el nombre que le sirve al filósofo en su oficio de enseñar, distinguir, preguntar y responder.
Entre tales artífices, artesanos, técnicos o hacedores, el dialéctico como diestro legislador usa el consabido instrumento para realizar la función inherente, consistente en nombrar, enseñar, distinguir, preguntar y responder todo cuanto tenga que ver con la esencia o naturaleza de las cosas, mediante los criterios de exactitud y rectitud de los nombres.
A fin de cuentas, la tesis naturalista formulada en el Cratilo quedó sustentada en el análisis filosófico y sistemático de la etimología, donde radica el origen, la esencia o naturaleza de las cosas, pero el estudio realizado por Platón, a través de este diálogo, reivindica la teoría metafísica del lenguaje, cuyo substrato proviene de la forma, molde o idea.
En nuestros días, aunque haya cierta verdad en la perspectiva platónica sobre el lenguaje, en tanto se trata de una capacidad consubstancial a la especie humana, puesta de manifiesto a través del signo lingüístico, también constituye un hecho irrefutable que las palabras suelen adquirir significados mediante las convenciones sociales pactadas entre los hablantes de cualquier comunidad, pese a que la relación dable entre concepto y objeto sea invariante.