El Centro de Investigación Económica y Social P. José Luís Alemán, S.J. de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) acaba de publicar unas reflexiones del colega Pedro Juan del Rosario sobre el impacto de las llamadas Visitas Sorpresa del Presidente Medina que merecen ser leídas. En ellas disputa con efectividad la proposición de que gracias a ese programa la pobreza y la desigualdad en las zonas rurales se han reducido, se han creado miles de empleos y se ha impulsado la producción de alimentos.
Las reflexiones no disputan que el programa tenga impactos positivos en los territorios y en las comunidades en las que interviene, ni en las personas involucradas, sino que refuta con éxito la idea que éste esté dándole un golpe de timón en la agricultura y en la ruralidad dominicanas, conduciéndolas por una senda de progreso. Esta ha sido una idea en la que he insistido en esta columna desde 2016 y que Pedro Juan del Rosario apoya con evidencia estadística irrefutable.
Este artículo destaca cuatro ideas importantes de esas reflexiones que desmienten el discurso oficial respecto al agro y la ruralidad, y las refuerza con evidencia estadística complementaria.
¿Crecimiento extraordinario?
Una primera idea es que los datos sobre el crecimiento de la agricultura no apoyan la proclama gubernamental respecto al rumbo positivo de la agricultura en el país. Entre 2013 y 2018, período en que el programa ha sido ejecutado, la agropecuaria creció a una tasa media anual de 4.5%, casi un 30% menos de lo que creció el conjunto de la economía (6.3%). En otras palabras, el resto de la economía creció, en promedio, de forma más vigorosa que el agro. Más aún, entre 2013 y 2018, el crecimiento medio anual de la agricultura fue menor que entre 2008 y 2012, antes de que el programa existiera. En ese período creció a razón de 5.1% por año, 13% más que bajo las Visitas Sorpresa.
Hay que reconocer que esas cifras no refutan el argumento de que las visitas tienen un impacto positivo. Además, hay otros factores que influyen en el desempeño sectorial como el régimen de lluvias, el cual seguramente afectó positiva o negativamente la producción, antes y durante la vigencia del programa. Sin embargo, el punto fundamental que no se puede perder de vista es que los datos del valor de la producción no apoyan el discurso triunfalista ni la idea de que la agricultura y la ruralidad están progresando como nunca.
¿Más empleos?
Una segunda idea es que antes que haber creado miles de empleos, la agricultura ha sido el único sector de la economía que ha perdido puestos de trabajo. Mientras en 2012, la agricultura ocupó unas 436 mil personas, en 2018 (con datos hasta el tercer trimestre) ocupó menos de 425 mil, para una reducción de más de 11 mil puestos. En contraste, como dijo el propio Presidente Medina en su discurso del 27 de febrero, en el resto de la economía se crearon 770 mil puestos.
En otras palabras, el agro no sólo no ha sido una fuente de empleos, sino que, en una tendencia que se viene verificando al menos desde 2000, continúa expulsando fuerza de trabajo y las visitas no la han revertido. La agricultura fue la única actividad que, entre 2014 y 2018, vio reducir el número total de personas que ocupó.
¿Aumento de la productividad?
Una tercera idea es que antes que incrementarse, la productividad en la agropecuaria ha venido declinando, de lo cual se infiere que las visitas no han implicado un cambio en la tendencia. En sus reflexiones, del Rosario apunta a que en la agropecuaria se observa un “decrecimiento tendencial de la productividad” y que hay una tendencia al declive del “valor agregado por trabajador y del rendimiento por hectárea de los cultivos”. Sin embargo, no ofrece datos e indicadores que apoyen ese argumento.
De hecho, entre el tercer trimestre de 2014 y el tercer trimestre de 2018, la productividad media por trabajador, que no es más que el cociente que resulta de dividir el valor real de la producción entre el número de personas ocupadas en la actividad, creció en el período en un 29%, mientras que en toda la economía lo hizo en un 11%. Y esto pasó, simple y sencillamente porque la producción creció mientras el número de personas empleadas se redujo.
Sin embargo, hay que evitar concluir, sin mayor análisis, que por el hecho de que la productividad media por persona ocupada haya crecido, que se están habiendo procesos de transformación productiva relevantes en el agro. Por una parte, el análisis amerita hacerse por cultivos, para lo cual el país no dispone de la información necesaria. Además, hay que complementar esta aproximación con una evaluación de la productividad por tarea.
Por otra parte, la pérdida de empleos, que es lo que empuja hacia arriba el coeficiente de productividad, puede más bien estar revelando los bajísimos niveles de productividad por persona que prevalecen en muchas actividades, en las cuales, la pérdida de personal ni siquiera afecta la producción.
Más aún, como lo sugiere del Rosario, antes que algún proceso de modernización productiva, la pérdida de empleos parece ser el resultado de las bajísimas remuneraciones y productividad que prevalecen en el sector. En 2018, la remuneración por hora en el agro era la más baja de toda la economía, y era equivalente a un poco menos del 63% de la remuneración nacional media, 1.4 puntos porcentuales menos que en 2014. Eso significa que, en los últimos cuatro años, en pleno auge de las Visitas Sorpresa, la brecha entre los salarios agrícolas y los del resto de la economía no sólo no se redujo, sino que creció.
La pobreza rural
La cuarta idea que plantea del Rosario, la cual ya había emergido en el pasado, es que, aunque la pobreza en las zonas rurales ha caído y eso se ha debido casi exclusivamente al incremento en los ingresos laborales, no han sido los ingresos laborales agrícolas los que la explican. Más bien ha sido el aumento de los ingresos de actividades distintas de la agricultura, y por tanto no asociados al desempeño del sector o a los programas gubernamentales en la materia, lo que causó un aumento en el ingreso rural total.
De forma similar, los empleos que más aumentaron en las zonas rurales no fueron los agrícolas sino los no agrícolas, tales como los generados por la construcción, el comercio, el transporte y otros servicios. De hecho, el 68% de las personas ocupadas en las zonas rurales no lo están en la agricultura sino en otras actividades. Esto se debe a que, como en toda América Latina, hace tiempo que las fuentes de empleos e ingresos en las zonas rurales se han diversificado significativamente y ruralidad ya no es igual a agricultura. Es por eso por lo que, como bien apunta del Rosario, es un error pensar que la dinamización de la agricultura es la solución a los problemas de pobreza y exclusión en el campo.
En síntesis, no hay evidencia de que las Visitas Sorpresa estén transformando la ruralidad y la agricultura dominicanas. En tiempos de las visitas, el crecimiento de la agricultura no ha sido destacado, el sector ha perdido empleo, no hay evidencia de transformaciones tecnológicas importantes, los ingresos laborales de la agricultura continúan siendo los más bajos, las brechas de ingresos entre la agricultura y el resto de las actividades ha crecido, y el aumento de los ingresos rurales y la reducción de la pobreza monetaria en esas zonas ha tenido menos que ver con la agricultura y más con otras dinámicas alejadas de las visitas o de cualquier otra intervención pública sobre el sector.
De ninguna manera eso significa que el programa sea malo. Seguramente, tiene muchas cosas positivas. Para empezar, las visitas no solo han visibilizado a la ruralidad y a la agricultura, ignoradas por décadas, sino que les han dado voz a grupos de productores porque el Estado ni el Presidente imponen la agenda, sino que son éstos los que plantean sus necesidades.
Además, a lo largo del proceso, las intervenciones, que empezaron enfocadas casi exclusivamente en el crédito, se han hecho más integrales, como debe ser, incorporando otros elementos como la infraestructura y el impulso a articulaciones agroindustriales. De hecho, quizás una importante tarea pendiente es sistematizar la experiencia y lograr aprendizajes que sean útiles a la hora de escalar e institucionalizar las intervenciones. Hay que superar la pequeñez relativa de las intervenciones de las visitas, comparadas con el desafío del desarrollo agrícola del país, y su falta de institucionalidad, y eso sólo se logra con alguna probabilidad de éxito aprendiendo del pasado.
Pero el mito es un terrible fundamento para el aprendizaje. El legado que las visitas puedan dejar tiene que partir de un reconocimiento franco y honesto de su alcance y sus impactos reales.