Pocas novelas merecen ser leídas más de una vez. La vida va muy rápida y el mercado editorial es gigantesco, pero “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar es un clásico inagotable que nos hace crecer con cada lectura.
La vida del “último emperador romano nacido en tierras ibéricas”, narrada en primera persona, no solo es el máximo ejemplo de una novela histórica, sino que es casi un tratado del alma humana. Y si la novela fue escrita por una figura clave de las letras del pasado siglo XX, en 1951, también tuvo el mejor de los traductores posibles al español: el inmenso Julio Cortázar.
Adriano razona de casi todo lo humano y divino, entre otras cosas, sobre la cacería, la comida, el ocio, la seducción, la natación, el cuerpo humano, las edificaciones, las artes, la filosofía, la justicia, los rituales religiosos y de Estado, la guerra, el amor, el sexo, la política, la enfermedad, la muerte y el poder, con la distancia que dan los años -60 años- y la experiencia de saberse casi amo del mundo.
Del texto escojo unos párrafos con el objetivo de motivar a la lectura de esta novela indescriptible y fundamental. Tratan sobre la forma que tenemos para conocer el alma humana y sobre las leyes.
“Como todo el mundo, sólo tengo a mi servicio tres medios para evaluar la existencia humana: el estudio de mí mismo, que es el más difícil y peligroso, pero también el más fecundo de los métodos; la observación de los hombres, que logran casi siempre ocultarnos sus secretos o hacernos creer que los tienen; y los libros, con los errores particulares de perspectiva que nacen entre sus líneas. (…) La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana, un poco como las grandes actitudes inmóviles de las estatuas me enseñaron a apreciar los gestos.” (Pág. 28).
Conocer el alma humana es tarea casi imposible. El hombre resume todas las bondades y maldades, a veces sin lógica o una clara explicación.
Sobre las leyes injustas y la eficacia normativa, dice el Emperador: “Frente a una ley injusta por demasiado rigurosa, he oído gritar a Trajano que su ejecución ya no respondía al espíritu de la época”. (P. 114).
Más adelante agrega: “Tengo que confesar que creo poco en las leyes. Si son demasiado duras, se las transgrede con razón. Si son demasiado complicadas, el ingenio humano encuentra fácilmente el modo de deslizarse entre las mallas de esa red tan frágil”. (p. 115).
¿Tenemos leyes que no cumplen con el presente momento histórico, por injustas, duras o frágiles? ¿Debemos verificar nuestro sistema normativo? ¿Son las leyes las culpables del estado actual de la justicia? O, ¿Son los operadores de justicia quienes aplican mal la ley, alejando a la justicia de la solución de la disputa?
Memorias de Adriano propone muchas preguntas.