“La esperanza, contra la vulgar creencia, lejos de Sostener la vida la destruye”.
Manuel Azaña
“El uso de Cristo como bandera de agitación contra un gobierno constitucional no fue afortunado para la Iglesia, que perdió prestigio con ese movimiento. Pero sirvió para justificar el golpe y el golpe le dio poder suficiente para reponer el prestigio perdido”
Juan Bosch
“Crisis de la Democracia de la América Latina en la República Dominicana”
Parecía que el cielo se vendría abajo. Pocas veces, el doctor Juan Casasnovas Garrido había visto caer tanta lluvia y se consoló pensando que a pesar de los riesgos de la tempestad, el agua ayudaría a florecer los pastos, lo que sería bueno para el ganado. No había sido un buen año y el golpe de estado vino a sumarse a los problemas derivados de una larga sequía. Ahora que estaba, por causas ajenas a su voluntad, fuera de la actividad política, podía dedicarse por fin a cuidar de los animales y el hato, herencia de sus padres. Estaba absorto en estos pensamientos, viendo caer el torrencial aguacero. Meciéndose lentamente en una mecedora de madera, alcanzó a ver una figura montada a caballo aproximándose a la galería de su casa. Casasnovas llamó la atención de su esposa Margarita e hizo un comentario sobre la osadía de salir con ese mal tiempo. Casasnovas tardó unos segundos en reconocer a su extraño e inesperado visitante, que se desmontó, amarró el animal de una columna de madera de la galería y se guareció bajo el techo echando demonios contra el tiempo, mientras se sacudía la ropa empapada. Era su amigo y diputado al Congreso, César Roque, un hombre fornido, de mediana estatura y piel mestiza, con ojos de un tono medio verdoso que hacían un extraño y agradable contraste facial. Sobre todo era un hombre muy simpático, con un raro sentido del humor en el ambiente político dominicano de la época. Apenas debían ser las seis de la tarde, pero el firmamento estaba encapotado y la densidad de las nubes tornaba de una temprana oscuridad el cielo, presagiando mayores aguaceros durante la noche.
Roque era portador de una encomienda y no parecía dispuesto a irse sin cumplirla. Había realizado un largo viaje desde la capital a La Pringamosa, en Hato Mayor, sólo para llevarse consigo a Casasnovas a Santo Domingo. A éste le resultó en extremo chocante el extraño saludo de su inesperado visitante: -Mis respetos, señor Presidente. -La lluvia parece que te ha afectado- acertó a decirle medio en broma, sin salir de su asombro y abrazándole, alegre de verlo por esos contornos. -No, señor Presidente- insistió, mientras se secaba el rostro con una toalla traída por Margarita. –Usted tiene que volver a la capital conmigo esta misma noche; mis instrucciones son esas, para asumir la Presidencia de la República, como Presidente de la Asamblea Nacional. Es un compromiso que usted tiene con la patria. Casasnovas reflexionó un momento y mirando de reojo a su esposa, dijo: -Con esta tempestad, ni lo pienses.
Te has vuelto loco, no hay duda. Roque insistió durante varios minutos, informándole de la decisión de reunir clandestinamente a las Cámaras para elegirle como Presidente provisional, de acuerdo con la línea sucesoral establecida por la Constitución promulgada el 29 de abril y derogada tras el golpe de la madrugada del pasado 25 de septiembre. La decisión de regresar a Santo Domingo implicaba enormes riesgos personales, pero Roque parecía muy persuasivo. Después de consultarlo con su esposa, Casasnovas consintió en regresar esa misma noche a Santo Domingo. Margarita pone una sola condición: no le dejará ir solo con ese tiempo. Bajo la furia de los aguaceros, el trío aborda un viejo jeep, abierto a los lados, que Casasnovas utilizaba para inspeccionar la finca y se dirigen, dando tumbos, hacia la capital, donde llegan cerca de la medianoche. Casasnovas convence a Margarita de la conveniencia de dejarla en casa de su hermana Grecia, en la calle Bonaire, del ensanche Ozama, a poca distancia del lugar donde horas después se tomaría la dramática decisión de escogerle a él como Presidente provisional, dentro de una campaña de presión y lucha clandestina para forzar el retorno a un régimen constitucional. Poco rato después, fueron llegando senadores y diputados del Partido Revolucionario Dominicano. A la hora, la casa de la calle Bonaire parecía la sede de una reunión política.
El movimiento inusual de personas extrañas al vecindario, despertaría sospechas de los vecinos. De una casa de la acera de enfrene, un hombre gritó que daría parte a la policía. El diputado Arismendy Aristy, médico de profesión, sugirió a los congresistas la conveniencia de dispersarse y reunirse en las horas siguientes en su casa, la número 26 de la Avenida Venezuela. El propio Aristy comprobó el quórum, ya en horas de la mañana, mientras excitados senadores y diputados, llegados allí a pie, en sus propios automóviles o por otras diferentes vías, parecían nerviosos por la posibilidad de una irrupción policial. Casasnovas levantó el brazo derecho y juró, con la otra mano sobre la Constitución que ellos mismos habían aprobado meses antes, defenderla y luchar por la vuelta a un régimen legal, bajo la presidencia de Bosch. Era un desafío al Triunvirato civil sostenido por los jefes militares y todos los allí reunidos, con caras sombrías por la emoción, el temor y la falta de sueño, entendían su gravedad y estaban dispuestos a pagar las consecuencias. Alguien leyó una proclama para anunciar tan dramática decisión. Nadie puso objeciones al texto y la Asamblea fue levantada, aproximadamente dos horas después de haberse instalado. Tan pronto como se conoció tal decisión, el Catorce de Junio, cuya alta dirigencia se encontraba en la clandestinidad, emitió un comunicado de respaldo a Casasnovas. La acción, decía, sentaba las bases para un retorno formal a la constitucionalidad usurpada por el Triunvirato ilegal. Los catorcistas, sin embargo, condicionaban su apoyo a la futura adopción de medidas de corte social y al “castigo de los militares, politiqueros y comerciantes extranjeros”, comprometidos en la asonada del 25 de septiembre. La elección de Casasnovas debilitó la posición del Triunvirato ante el gobierno de los Estados Unidos.
El lunes 15 de octubre, el funcionario de prensa del Departamento de Estado, Robert McCloskey, dijo a los periodistas, en Washington, que el congresista dominicano había reclamado el derecho a la Presidencia “con el respaldo pleno” del presidente derrocado. McCloskey reveló que el gobierno norteamericano recibió un telegrama de Casasnovas solicitando su reconocimiento como presidente, cargo en el que le designó una reunión secreta de la Asamblea Nacional. Simultáneamente se recibió otro telegrama de Bosch apoyando la reclamación, dijo. Los Estados Unidos estaban considerando la petición, pero anticipaban que no se tomaría “ninguna medida precipitada”. En su mensaje, Casasnovas también solicitó el agreement de los Estados Unidos a la designación de Enriquillo del Rosario como su embajador ante la Casa Blanca. Del Rosario había sido el embajador de Bosch, puesto al que renunció al producirse el golpe. Esas noticias, ampliamente divulgadas en todo el Hemisferio, consternaron al Triunvirato cuyo Canciller, Donald Reid Cabral, hacía grandes esfuerzos por lograr el reconocimiento norteamericana. La elección de Casasnovas comprometía seriamente tales esfuerzos. La consternación fue aún mayor en los círculos oficiales dominicanos, al saberse por medio de McCloskey que los Estados Unidos, si bien tomaban en cuenta la promesa del Triunvirato de retornar al gobierno constitucional, no se había fijado plazo para considerar un restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Su temor consistía que la fórmula Casasnovas fuera considerada como un buen punto de partida para regresar a un régimen legal. Esto significaría la disolución del Triunvirato y la reinstalación del Congreso; una vuelta al 25 de septiembre. Ese mismo día se produjo un agrio incidente que estuvo a punto de erosionar por completo las relaciones entre los gobiernos de los dos países. Todo se debió a una sugerencia del encargado de Negocios Spencer M. King a los líderes del Triunvirato “para que se le entregue el poder a un gobierno constitucional”.
La reacción del gobierno fue hecha pública de inmediato. King sostuvo una reunión con triunviro ingeniero Manuel Enrique Tavares Espaillat, en el Palacio Nacional, donde hizo su planteamiento. En una declaración formal, los miembros del Triunvirato, acompañados del Canciller Reid Cabral, calificaron la proposición como “una intervención sin precedente en los asuntos internos de una nación soberana”. El incidente subrayaba la creciente antipatía que el régimen de facto inspiraba en Washington y la aparente conformidad que la elección de Casasnovas gozaba en esos círculos. King se defendió diciendo que él no hizo otra cosa más que reiterar la posición de Estados Unidos frente a los gobiernos frutos de golpes de estado. El New York Times, fechado el 15 de octubre, señalaba, para mayor consternación del Triunvirato, que la reunión con King se realizó “con órdenes del Departamento de Estado” para “despejar los persistentes rumores que circulaban aquí (Santo Domingo) de que la Administración de Kennedy se estaba preparando para cambiar su decisión de mantener la disposición de retirar el reconocimiento diplomático y la ayuda económica a la Junta”. El influyente diario norteamericano decía: “La aclaración de la posición de Washington, causó cierta desilusión entre los miembros del Gobierno, que esperaban que sus declaraciones y promesas americanistas erradicarían el comunismo para alcanzar una respuesta más amistosa de los funcionarios de los Estados Unidos”. La evolución de los acontecimientos conducía al Triunvirato a un estado de desesperación. El New York Times informaba, en un despacho ignorado por la prensa dominicana, que después de la reunión con King, la Junta adoptó las medidas siguientes: instó a King a retractarse de su proposición, se quejó de Washington demostrara poca comprensión a sus esfuerzos por “restaurar la democracia”, elevó una protesta similar ante el Consejo de la OES en lo que el periódico estadounidense describió como “un esfuerzo por conquistarse la simpatía de los países latinoamericanos, ninguno de los cuales ha reconocido a la Junta Civil, y planeó declarar persona non grata al secretario político de la embajada Harry Shalaudeman “tomando como fundamento que él había asumido una actitud hostil hacia las nuevas autoridades dominicanas”.
King, según la versión del Times, rechazó en su reunión con Tavares Espaillat y Reid Cabral el alegato contra Shalaudeman. El Triunvirato mostraba señales de intranquilidad ante el cambio de actitud de la opinión pública. En los días siguientes al golpe, la reacción del pueblo lució apática. Según el New York Times estimaba, esa situación empezaba a modificarse, con los grupos civiles, los periódicos y las organizaciones de estudiantes y profesionales expresando “en forma creciente su esperanza del retorno a un régimen constitucional”. Para contrarrestar la propagación del sentimiento de intranquilidad oficial, el Triunvirato confiaba en un pronto cambio de actitud de los Estados Unidos. “Cuando la Administración llamó al embajador John Bartlow Martin, y anunció el fin de la ayuda económica, la creencia en los sectores del Gobierno era que esta medida suponía simplemente un paso simbólico destinado a impresionar a otros países latinoamericanos y que sería revocada en el curso de dos o tres semana”, analizaba el Times. “Cuando el señor King aclaró que no se proyectaba tal cambio, la estrategia del Gobierno pareció ser la de obligar una decisión perentoria con Washington, en la esperanza de que los críticos de la Administración y posiblemente algunos países latinoamericanos se unirían al lado de la Junta civil”. No cabía duda. A mediados de octubre, apenas tres semanas después del golpe, la estabilidad del gobierno de facto parecía a punto de resquebrajarse. Desde su instalación, el 26 de septiembre, un día después del derrocamiento de Bosch, nada parecía haber conmovido tanto al Triunvirato como la proclamación clandestina de Casasnovas como presidente provisional. Después de la reunión con King, los jefes militares se reunieron en el Palacio Nacional con los miembros del Triunvirato. Reid Cabral dijo que las Fuerzas Armadas habían reafirmado su apoyo a la Junta. Mientras, al trascender detalles del incidente con el diplomático norteamericano, Casasnovas expresó su regocijo en una declaración emitida desde su escondite en la que saludaba la postura norteamericana como “una verdadera afirmación de la democracia”. Entre tanto, el PRD anunciaba un programa de luchas para recuperar el poder. El diputado Cesar Roque, líder de la Federación de Hermandades Campesinas, advertía que “dentro de dos o tres días” habría una huelga general de resistencia al gobierno ilegítimo. El 27 de octubre, Bosch añadió un ingrediente de angustia a quienes le habían desplazado del poder. En declaraciones hechas en San Juan, Puerto Rico, acusó al Triunvirato de disponer de cincuenta mil dólares para “sobornar” a periodistas norteamericanos a fin de lograr artículos favorables.
Estos artículos serían después reproducidos en la prensa dominicana para proyectar una falsa impresión de apoyo internacional. Bosch decía que el dinero había sido entregado al embajador José A. Bonilla Atiles, representante de la Junta ante la OEA, en cinco cheques girados a una cuenta del Gobierno en los Estados Unidos. En Santo Domingo, mientras tanto, tan pronto se conoció la proclamación de Casasnovas se desató contra él una persecución que no cesaría hasta su detención y la de muchos otros congresistas. Al presidente provisional se le detuvo a finales de octubre, apenas tres semanas después de su designación en un cargo que no llegaría a ejercer nunca. El primer lugar donde fueron a buscar a Casasnovas fue a su finca de Hato Mayor, donde sólo estaban sus hijos con el servicio. El coronel Calderón Fernández, quien había logrado conservar su rango, estaba emparentado con una prima de Casasnovas. Un día le inquirió a ésta: -¿Sabes dónde se oculta Juan? -¡No! Ni su madre lo sabe. ¿Por qué me lo preguntas? El oficial le hace saber que tiene noticias que andaban buscándole con instrucciones de darle muerte. Casasnovas estuvo moviéndose, de escondite en escondite, de un lugar a otro en las semanas siguientes. A finales de octubre, estando escondido en casa de una tía de su esposa en Manoguayabo, en las afueras oeste de la ciudad, fue a visitarle una comisión de tres personas integrada por el arquitecto Leopoldo Espaillat Nanita, el senador Osiades Mora Oviedo y Domingo Fernández, tío de su esposa, para pedirle que se moviera a otro lugar, dentro de la ciudad, porque estaba en marcha una conspiración para dar un contra-golpe en Santiago, a cuyo frente se encontraba el general retirado Santiago Rodríguez Echavarría, uno de los héroes del pronunciamiento militar del 19 de noviembre de 1961 que provocó la salida de los Trujillo del país. Si esa conspiración finalmente se daba, él, como Presidente provisional elegido por decisión de la Asamblea Nacional, debía estará en condiciones de ser trasladado al Palacio Nacional para asumir el cargo y hacer frente a los acontecimientos que habrían de producirse. Si la trama tenía lugar, explicó el grupo, tuviera éxito o no, se adoptarían medidas militares y probablemente se cortarían los accesos a la ciudad por los cuatro puntos cardinales. Por esa razón, entendían que Casasnovas debía irse de inmediato a otro escondite, dentro de los límites de la ciudad. Como había venido haciendo, Casasnovas vistió las ropas militares facilitadas por el coronel médico Luis Fernández, primo de su esposa, y se dirigió, acompañado de éste, a casa de una tía suya, Digna Medina de Garrido, madre de un oficial, Pablo Garrido Medina, en el barrio de Mejoramiento Social, en las cercanías del Puente Duarte, donde poco después sería detenido. Cuando la patrulla militar rodeó el vecindario, Casasnovas trató en vano de escabullirse saltando por una verja. Un soldado le empujó violentamente y le amenazó poniéndole el cañón del fusil sobre la nunca y obligándole a caminar en esas condiciones: -Muévete presidentico, para que veas- le espetó ominosamente el soldado, mientras le empujaba con una mano hacia el camión militar que le llevaría ante el jefe de la Policía. De allí, esa misma noche sería trasladado a una solitaria de la Fortaleza Ozama, frente al río del mismo nombre, en el extremo oriental de la ciudad colonial. Casasnovas había sufrido otras veces los rigores de una solitaria, la primera siendo muy joven, al tomar parte en la primera huelga estudiantil durante la Era de Trujillo, a mediados de la década de los´30, junto a Dato Pagán Perdomo, Roberto McCabe y otros (Véase el prólogo de Diógenes Céspedes “El sentido de la responsabilidad social frente a la escritura: un estudio de Jengibre” de la novela Jengibre de Pérez Cabral, Editora Alfa y Omega, 1978). Pero esta solitaria era “la más inmunda y sucia” que él había conocido. Los olores eran sencillamente insoportables y él creía que moriría asfixiado. Estuvo incomunicado casi una semana hasta que fue a visitarle, inesperadamente, su viejo amigo el general Luis Amiama Tió en compañía del general Antonio Imbert.
Este último estaba impresionado por informes que involucraban a Casasnovas en un presunto complot para darle muerte. Amiama quería convencer a Imbert de que Casasnovas no era esa clase de tipo. -No soy un asesino, y usted debería saberlo- se limito a decirle a Imbert el Presidente provisional encarcelado. Unos días después, Casasnovas sería deportado junto a su esposa y cuatro hijos hacia Puerto Rico. El coronel Neit Nivar Seijas, cumpliendo el encargo de trasladarle al aeropuerto, le dijo a su esposa: -El (Juan) no está preso, ni sale deportado. Eso debe quedar bien claro. Durante todo el mes de octubre, el Triunvirato despliega esfuerzos para disminuir las presiones internacionales y obtener el reconocimiento del gobierno de los Estados Unidos. El retiro del embajador Martin subrayaba la renuencia del presidente Kennedy a aceptar la situación de facto en la República Dominicana. La prensa norteamericana parecía dividida con respecto a la posición que debería asumir los Estados Unidos. Mientras algunos diarios se rendían a los alegatos de que la acción había detenido el avance de la “amenaza roja”, otros, no menos influyentes, planteaban el caso como una derrota de la Alianza para el Progreso. De hecho, la deposición de Bosch ponía en entredicho los esfuerzos de Washington para promover regímenes democráticos al sur de sus fronteras. Cerca de mediados del mes, un artículo del columnista Drew Pearson en The Washington Post vino a aumentar las angustias del Triunvirato; Pearson era una opinión muy ponderada en los altos círculos del Gobierno y el Congreso norteamericanos. Su artículo, que reproducirían otros diarios en los días siguientes, exponía una estrecha relación entre el golpe y las hostiles relaciones de Bosch con la jerarquía católica. La frustración de los hombres del gobierno de facto se debía, principalmente, a la fuente en que Pearson basaba su apreciación de los acontecimientos dominicanos. La fuente de donde el columnista extraía sus datos no era otra que el propio embajador Martin. Si el artículo de Pearson reflejaba los puntos de vistas de Martin, con toda seguridad éstos serían los mimos de los funcionarios del Departamento de Estado responsables de trazar los lineamientos de la política que finalmente habría de adoptar la Casa Blanca. Un sentimiento de frustración arropó las esferas palaciegas y el Triunvirato envió emisarios a Estados Unidos para tratar de modificar esas percepciones de la realidad dominicana. Uno de ellos, José A. Bonilla Atiles, se movería por toda la geografía estadounidense en busca de comprensión hacia las causas que indujeron al derrocamiento de un Presidente constitucional en una pequeña república caribeña, cercana a Cuba.
El artículo de Pearson provocó una tajante declaración de los obispos en rechazo a toda posible participación e injerencia de la Iglesia en el golpe. El 15 de octubre, el Episcopado, en una declaración de dos párrafos, expresaba: “Las declaraciones que el columnista Drew Pearson, en su artículo publicado en el Washington Post, atribuye al Embajador John Bartlow Martin en relación con la Iglesia y el golpe de Estado que derrocó al Gobierno del Presidente Bosch, carecen de todo fundamento. Por esto estamos seguros de que el propio señor Martin se apresurará a desmentirlas”. Los obispos agregaban: “precisamente es el propio señor Martin una de las personas más autorizadas para conocer que no existe en la República Dominicana ley que anule las relaciones entre la Iglesia y el Estado, reguladas por el Concordato, y no ignoramos que el embajador Martin manifestó varias veces su aprecio a la obra de la Iglesia ordenada a salvar la democracia en Santo Domingo, donde el Episcopado se preocupó constantemente por estimular el buen entendimiento entre todos los dominicanos y la reconciliación de los partidos políticos”. La declaración, suscrita por Octavio A. Beras, Arzobispo de Santo Domingo; Hugo Eduardo Polanco Brito, Obispo de Santiago; Juan Félix Pepén, Obispo de La Altagracia (Higüey) y Tomás F. Reilly, Obispo de San Juan de la Maguana, no produjo reacción favorable alguna en los círculos periodísticos y oficiales norteamericanos.
Martin no se apresuró tampoco a desmentir a Pearson como aspiraba el Episcopado. A mediados de octubre, la paciencia del gobierno de facto daba señales de agotamiento. El silencio de la Casa Blanca ante los ruegos de un reconocimiento inmediato como un medio para neutralizar la posibilidad de una reacción comunista, agriaba las débiles relaciones existentes. El ánimo oficial se proyectó descarnadamente en una declaración del canciller Reid Cabral al corresponsal Hal Hendrix. Según el portavoz de la junta, la actitud norteamericana actuaba a favor de un contragolpe que conduciría inevitablemente a la guerra civil. “Washington al parecer está pidiendo a los dominicanos que derramen su sangre para apoyar su concepto del retorno a la constitucionalidad. En cambio, la junta de Gobierno está logrando la normalidad constitucional por medios pacíficos”. Reid Cabral sostenía que la política exterior norteamericana estaba siendo influida por “informes falsos” sobre supuestas disensiones en las Fuerzas Armadas. Tales versiones sugerían la posibilidad de que los militares terminarían por doblegarse ante la presión del no-rompimiento y se decidirían entonces por un contra-golpe. Según le confiara Reid Cabral a Hendrix, este razonamiento estaba fundado en un desconocimiento de la realidad actual dominicana. El Triunvirato, dijo, no oculta su preocupación por la actitud del gobierno de Kennedy. A su juicio, la situación estaba en calma. El gobierno instalado a raíz del derrocamiento de Bosch tenía estricto control del país y reunía todos los demás requisitos para un reconocimiento diplomático. Respetaba, además, los derechos humanos, cumplía con los compromisos internacionales de la nación y tenía éxito en lograr el mantenimiento de la paz y el orden público. Definitivamente, Reid Cabral no encontraba razones para que Kennedy dilatara por tiempo indefinido el reconocimiento del Triunvirato. Kennedy acababa de esbozar los elementos claves de su política hemisférica. Tomados al pie de la letra, la declaración presidencial alejaba por el momento la posibilidad de un reconocimiento. El mandatario norteamericano había dicho: “Estamos opuestos a los golpes, porque creemos que son derrotas para el continente y estamos usando nuestra influencia –y estoy seguro de que otros países del Hemisferio también estando usando su influencia- en aquellos países donde ha habido golpes para conseguir que se restauren ordenadamente los gobiernos constitucionales”.
Todo cuanto las iniciativas diplomáticas podían demostrar de la “infiltración comunista” en el depuesto gobierno de Bosch, era la “alarmante” relación de conocidos marxistas que el embajador Bonilla Atiles lograra hacer publicar en la edición de Los Ángeles Times del lunes 14 de octubre. Esa lista se resumía a seis nombres: los ministros de Interior, Domínguez Guerra; de Industria, Diego Bordas, y de Obras Públicas, Del Rosario Ceballos; el director de la radiotelevisora oficial Julio César Martínez; el asesor del Senado, Miguel Ángel Velázquez Mainardi y el periodista Ramón Alberto Ferreras Manuel, del personal de la televisora del Estado. Citando esta nómina, el diario de Los Ángeles informaba: “A pesar de las historias para la prensa que cuidadosamente preparó el Departamento de Estado en sentido contrario, la junta militar que depuso al Presidente Juan Bosch descubrió una verdadera amenaza comunista dentro de la República Dominicana. J.A. Bonilla Atiles, el nuevo embajador de ese país ante la OEA, ha presentado evidencia muy alarmante de esta infiltración comunista al organismo regional y al sub comité de los servicios armados del Senado que estudia la infiltración marxista en el Caribe”. Esta no era, sin embargo, la percepción de todos los medios influyentes de la sociedad norteamericana acerca de la situación dominicana. A comienzos de octubre, la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado dispuso una investigación para determinar la posible participación de intereses comerciales de los Estados Unidos en el golpe militar. El senador Wayne Morse, demócrata de Oregon y presidente de la subcomisión de asuntos latinoamericanos, había auspiciado la iniciativa llevando al Congreso denuncia de que poderosos intereses norteamericanos ayudaron “a maquinar el derrocamiento del régimen de Bosch”. Hubo otros motivos de consternación para el Triunvirato. La influyente revista Newsweek dedicó un amplio reportaje a la crisis dominicana con un sugerente título: “Un giro hacia la derecha”.
El informe comenzaba con una denuncia tácita del golpe: “Ha muerto el primero y único régimen democrático que ha gobernado a la República Dominicana”. En cambio, el Miami Herald parecía más inclinado a aceptar los puntos de vistas del gobierno de facto. “El derrocamiento incruento del presidente dominicano liberó a los Estados Unidos de la obligación de apoyar moral y económicamente a un régimen que no era particularmente pro-Estados Unidos y que representaba una antítesis de los principios que los Estados Unidos defienden social y económicamente”, comentaba el Herald en un editorial del 7 de octubre. La Alianza para el Progreso estaba sometida a una prueba difícil. Concebida para ayuda a impulsar regímenes democráticos, frente al auge de los movimientos pro-castristas y marxistas en la América Latina, estos gobiernos se estaban acabando rápidamente. Tras el derrocamiento de Bosch y del presidente Villedas Morales en Honduras, sólo quedaban Rómulo Betancourt, en Venezuela y Víctor Paz Estensoro, en Bolivia, a quienes los Estados Unidos podían respaldar dentro de esa nueva concepción de su política hemisférica. En su nueva condición de exiliado, Bosch seguía opuesto a la aplicación de métodos y acciones violentas para enfrentar al Triunvirato. “No quiero disturbios. No quiero que el pueblo se levante contra los militares”, dijo en su primera conferencia de prensa. Sin embargo, Bosch prometía librar una lucha pacífica para recuperar el poder. La vida del gobierno de facto, predijo, será corta. También era opuesto al uso de la fuerza militar de otra nación para intervenir en su nombre. “Lucharé pero creo en el espíritu del pueblo. No creo en las armas. Todo lo que se conquista con las armas tiene una vida muy breve”. Al sostener su predicción de que el Triunvirato gobernaría por poco tiempo, el ex Presidente dijo: “Si antes les preocupaban los comunistas, que se preocupen ahora. Habrá dos veces más”. Bosch proponía el aislamiento hemisférico y particularmente apoyaba el retiro de la ayuda norteamericana. Durante los siete meses de duración del Gobierno, él trató de neutralizar la amenaza del golpe, que sabia inevitable.
Los Estados Unidos habían hecho también lo posible por evitarlo. “Usé todas las fuerzas que pude. Los norteamericanos no podían prevenirlo. Los Estados Unidos no juegan ningún papel político ni militar en el país. Hicieron lo que pudieron”, dijo. Ningún gobierno democrático podría mantenerse en el futuro en la América Latina si se permitiera el éxito final del golpe en su contra. Bosch atribuía a su derrocamiento una trascendencia continental. “La República Dominicana era decisiva para la democracia o la dictadura en la América Latina”, expresó. “Si asentáramos una base democrática y la desarrolláramos, cualquiera podría hacer lo mismo. Ahora cabe preguntar: ¿Lo puede alguien? Quedaba una pregunta por responder. Si se celebraran elecciones en la República Dominicana en los próximos dos años ¿Sería Bosch candidato? Su reacción fue contundente: -¿Para qué? No serán unas verdaderas elecciones. Los detalles de esta conferencia de prensa, la primera ofrecida por Bosch tras su llegada a Puerto Rico, fueron recogidas por los diarios de esa isla y Miami. La prensa dominicana publicó versiones resumidas ofrecidas por las agencias internacionales de prensa.