Como soy un pésimo jugador de dominó, les gano con frecuencia a los buenos, no así a los malos o mediocres, pues entre iguales nada está escrito. La verdad: nunca le había puesto atención a esa extrañeza. Pero un día me antojé de buscar razones, tratando de que mis conclusiones sirvieran de experiencia para manejar mejor mi cotidianidad.
Consulté con un amigo dizque experto en ese agradable entretenimiento y me dijo que yo, con mis incoherentes jugadas, desconcentraba a mis oponentes (también a mi frente y hasta al anotador de los puntos), que los sacaba de quicio, que no les permitía analizar ni prever nada y me remató afirmando que jugar conmigo era una odisea, pues yo era impredecible, en el peor sentido de la palabra.
Este argumento me asombró, pues recientemente me había ocurrido algo parecido en una audiencia (soy abogado: nadie es perfecto), cuando un colega soltó un disparate tan grande que enmudecí al principio, me turbé luego y después no entendí bien lo que dije frente al juez, a pesar de que, modestia aparte, dominaba la materia. “Es preferible luchar contra alguien sensato que contra un ignorante”, expresé entre dientes.
Por desgracia, probablemente así también piensen los que juegan dominó conmigo por más aprecio que me tengan, que algunos en la mesa juran que de ahí depende su futuro.
Por ello me pregunto y sin ánimo de filosofar: “¿Sucederá igual en la vida? ¿Nos perdemos en el laberinto cuando enfrentamos a alguien que no sabe cuál es su rol? ¿Qué hacer con las personas o momentos que nos trastornan por su atipicidad o irracionalidad?”.
Y mis cuestionamientos tienen fácil respuesta después de suceder el hecho, pues ya tenemos la oportunidad de organizar nuestras ideas (al finalizar la audiencia tenía varios argumentos que hubiesen hecho trizas al abogado contrario).
Lo complicado radica en conocer qué haríamos inmediatamente nos encontramos con lo absurdo, en el acto, improvisando para lidiar con una miopía mental o una interpretación ilógica.
La solución es estar constantemente alerta, preparados para vencer frente a una genialidad o una estupidez. No nos impresionemos con la altura de nadie, pero tampoco minimicemos a nadie, que el talento y la torpeza aparecen en cualquier rincón y hay que tener igual astucia para derrotarlos; eso sí, en la batalla nosotros debemos mantener la dignidad y comportarnos de tal manera que nuestros actos estén acordes con la moral universal.
Y si usted desea probar el contenido de este artículo, réteme a jugar dominó, siempre y cuando usted sea un excelente jugador y no se altere con facilidad. El dominó de la vida hay que saber jugarlo, con fichas o sin ellas.