Mucha gente solo recuerda a Santa Bárbara cuando truena. Algo parecido suele pasar con la comunicación.
Cuando un funcionario aparece envuelto en algún escándalo, cuando ocurre alguna denuncia que logra tomar cierta fuerza en la sociedad, suele apresurarse para que se haga saber su verdad a los cuatro vientos.
En tiempos de campaña, cuando se descubre que la candidatura contraria lleva ventaja, entonces se quiere “hacer magia” con acciones desesperadas de comunicación al vapor.
Cuando una empresa se ve envuelta en cualquier situación engorrosa, cuando la competencia le está “comiendo los caramelitos”, suele recordarse que hay algunos “milagros” que puede lograr la comunicación.
Esas son muestras de quienes acuden a la comunicación como si se tratara del “dios de los apuros”.
Pero ya el mundo cambió. Esto se ha vuelto una especie de “caja de cristal”, en la que transparencia y adecuada comunicación han de ser “pan nuestro de cada día”.