“Llegó ahí un hombre de la capital. Vino a buscarte a ti y a los otros muchachos”, me dijo un compañero del liceo que se presentó a mi casa apenas había descansado un rato después de mis faenas escolares. Me alistaba para ir al pequeño “conuco” de papá para “marotear” mangos, comer caña de azúcar y después bañarme en el “regolón grande” del ingenio Barahona que pasaba bien cerca de allí.
Pregunté al mensajero que quién era la persona que nos buscaba. Él no sabía, solo decía que había llegado de la capital y que tiene un mensaje de Peña Gómez.
-Él dice que es urgente, que tiene que hablar con ustedes. No retornará a Santo Domingo hasta tanto converse con todos los muchachos”,-insistió.
El hombre de la capital esperó en el local del comité municipal del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) ubicado en una portentosa casa de madera de dos niveles –una joya de vivienda en la zona- ubicado en la avenida Libertad, propiedad de la familia Oviedo, específicamente del emblemático síndico tamayense Belisario Oviedo. En ese local funcionaba también la Juventud Revolucionaria Dominicana (JRD) el brazo político juvenil del otrora poderoso partido del “jacho prendío”.
Cuando llegué estaban allí varios de mis amigos, mozalbetes, todos compañeros del liceo. Habían que, aunque muy jóvenes, eran abiertamente dirigentes o militantes de la JRD. Otros militaban o simpatizaban con organizaciones de izquierda (Línea Roja del 14 de junio, Movimiento Popular Dominicano (MPD) el Grupo de Plinio y otras entidades que activaban políticamente en contra del gobierno del presidente Joaquín Balaguer.
Entre los presentes estaban Osvaldo Santana, hoy Premio Nacional de Periodismo; José Reyes, Augusto Reyes, Papo Cuca y otros, así como dirigentes locales del PRD. Escuchamos atentos el mensaje que nos trajo este hombre capitaleño vestido con pantalón y camisa color kaki, bota negra. De tamaño alto promedio, delgado, de tez blanca, cabellos negros y bigotes que mostraban una típica fisonomía cibaeña, algo no muy común en esta zona del Sur del país.
-“Compañeros, el líder de nuestro partido, doctor José Francisco Peña Gómez, nos envió hasta aquí para que le diéramos este mensaje”, expresó. Quiero que sepan que se trata de algo apremiante, de vida o muerte. Me urge conversar con ustedes. Se trata de algo muy serio…”, recalcó.
Comenzó a exponer con vehemencia, gesticulaba con sus manos y con tono enérgico, con voz estentórea, fluyente y sin preámbulo.
-“Lo que ustedes hicieron aquí no cayó nada bien en esferas de poder de la capital. Éstos están hablando de dar una lección aquí en Tamayo, incluso hablan de desaparición física”, dijo de manera enfática. –“En esos sectores se ha señalado que hay que hacer algo igual que lo que se hizo en Hato Mayor”, insistió. –“Peña Gómez recibió información confidencial de parte de amigos ligados a los servicios de inteligencia del gobierno reformista. Piensan dar una lección aquí en Tamayo para evitar que ese tipo de incidente se repita en otras comunidades del país”.
“Incluso se han planteado la desaparición física de los que organizaron esa protesta. Esa acción valiente de ustedes tiene brava a mucha gente del gobierno”, advertía de manera muy convincente.
En esos días se difundió mucho en la prensa nacional el caso de la desaparición y muerte de los hermanos Viloria en Hato Mayor luego que organizaran en su comunidad actividades políticas contrarias al gobierno de turno.
La mayoría de los que acudimos a aquella furtiva e inesperada cita, escuchamos atentos las revelaciones de Rafa Gamundi. Una semana atrás habíamos participado en una protesta en repudio a la visita del presidente y líder del Partido Reformista, Joaquín Balaguer. La dirigencia reformista local había organizado un masivo mitin encabezado por el mandatario, quien agotaba un recorrido en la zona en su campaña para buscar su primera reelección presidencial.
La manifestación de los reformistas se celebró en la explanada frontal del edificio del ayuntamiento. En ese lugar había celebrado el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina una de sus últimas concentraciones antes de ser ajusticiado en la capital. Cuentan que los ajusticiadores de Trujillo habían planificado ultimarlo en uno de esos viajes al Sur del país.
En esta ocasión se concentró allí una gran masa de seguidores del “partido del gallo colorao”, especialmente agricultores, productores agropecuarios, trabajadores agrícolas y jornaleros de la industria azucarera y de comunidades vecinas que antes eran fervientes trujillistas. Habían gentes de Monserrate, Uvilla, El Jobo, Mena, Santa Ana, Bayahonda, los bateyes y otras localidades que fueron llevados en guaguas, camiones, caballos y burros, vestidos muchos, eso sí, del simbólico atuendo del reformismo: camisas y gorras “colorá”, mientras enarbolaban eufóricos las banderas con la estampa del “gallo colorao”.
Alzaron pancartas, letreros de telas y cartelones que expresan apoyo a su líder político en medio de algarabías, aplausos y loas. Entre los letreros había uno enorme que llevó don Fabián Matos De la Paz, una reconocida personalidad del lugar de tradición trujillista y ferviente promotor reformista, aunque entre algunos de sus hijos, surgieron arraigados dirigentes de la izquierda revolucionaria del país.
El texto de este cartelón era algo similar al que Don Fabián exhibió durante la visita a la localidad, años atrás, un poco antes de su ajusticiamiento, el tirano Trujillo:
“Fabián Matos y sus 24 hijos apoyan al generalísimo Trujillo”.
Los jóvenes que asistimos a esta protesta anti-reeleccionista, algunos comprometidos con la izquierda y el PRD, penetramos sigilosamente entre los manifestantes y nos colocamos en los extremos del letrero de Fabián, un rígido rectángulo de “cartón piedra” que era sostenido por manifestantes.
Ya colocado allí simulamos que íbamos a ayudar a sostener la pancarta y procedimos a halar en sentido contrario desde los extremos hasta que se rompió. Desprendimos pedazos del cartel y lo arrojamos a la multitud que corrió despavorida en todas direcciones.
Balaguer iniciaba un elocuente discurso en el que prometía tierra y otras bonanzas a pobladores de estas comunidades, los cuales les aclamaban llenos de algarabías.
La pieza de oratoria del líder reformista fue interrumpida bruscamente, el caos y el desorden asomaron al ambiente, haciendo presa de la incertidumbre a los manifestantes que se dispersaban en todas las direcciones en el parque del poblado.
La seguridad del mandatario se abalanzó sobre éste, lo protegió y llevó presuroso a su vehículo, tras lo cual partieron rápidamente del lugar. En tanto, los jóvenes “anarquistas” seguimos lanzando objetos hacia los manifestantes que corrían para protegerse, sin saber realmente lo que acontecía en el lugar.
Hasta ahí llegó el mitin reformista.
La acción encontró la condena de algunos pobladores. Otros en cambio, entendían que estuvo bien. Era la “comidilla” del lugar. Pasaron horas, días y extrañamente la policía y ni los reformistas del lugar tomaron represalias. Los muchachos que armamos esta bronca seguíamos como si nada había pasado, asistíamos al liceo y acudíamos al parque de manera normal.
Cuando llegó a Tamayo este enviado del líder perredeísta Peña Gómez, el señor Rafael –Rafa-Gamundi Cordero, fue que comenzamos a entender la magnitud de la situación. Nos señaló en forma de advertencia que contra nosotros se urdían planes macabros y que teníamos que abandonar la población.
-“Las instrucciones que tengo del doctor Peña Gómez es que retorne con todos ustedes a Santo Domingo, que no los deje a ninguno aquí en Tamayo”, dijo enfático Gamundi Cordero. La idea en principio era que nos marcháramos esa misma tarde con él desde el mismo local perredeísta.
Algunos de los presentes asintieron y buscaron sus ropas para marcharse, entre los que estuvo el actual director del periódico El Caribe, don Osvaldo Santana. En mi inmadurez de adolescente no di mucho crédito al pedido del dirigente perredeísta, además que, aunque hubiera querido no podía, no tenía donde alojarme en la capital.
Días después los que nos quedamos comenzamos a pasarla mal, a sufrir las consecuencias. La dotación del cuartel de la policía fue cambiada casi completa, una señal de que la cosa era en serio porque entonces se montó una especie de vigilancia y persecución.
Me escondí. Lo mismo hicieron José, Augusto, Papo y los otros muchachos. Osvaldo se marchó con Fafa Gamundi esa misma tarde y ya en la capital hizo la denuncia a través de Radio Mil Informando, noticiario que incluso editorializó sobre el tema, ya que éste era su corresponsal estrella en la zona. Creo que también el Listín Diario se hizo eco de nuestra situación.
La casa de mi padre Eloy Reyes Gómez, entonces secretario del ayuntamiento local –otrora dirigente de Unión Cívica Nacional (UCN) y en ese momento militante de una facción reformista del médico barahonero Alcibíades Espinosa- estaba siendo vigilada. Los policías llegaron a decirle que sabían que yo estaba allí escondido, que me entregue. Mi padre tenía también la presión de Fabián Matos que le exigía que le pagara el cartón piedra del cartel que fue destruido en la manifestación.
Se percibía cierta tranquilidad, parecía que ya se había abandonado la vigilancia cuando Manuel Brito, que era mi cuñado porque su hermano Fermín vivía con mi hermana Austria, osó visitarme ajeno a lo que estaba pasando a su regreso de la capital. Al parecer los policías lo confundieron conmigo, -ya que no me conocían físicamente-, y a la salida de mi casa lo interceptaron dos policías que sin mediar palabras comenzaron a golpearlos.
-“Yo no soy Emiliano, yo no soy Emiliano…soy Manuel el hijo de Criiis, Criiisss, Crissspúlo, el profesor Criiisspúlo…”, decía éste que era “gago” cuando reaccionó azorado ante la inesperada golpiza.
Cada día la situación se ponía más tensa y complicada. Mis padres me llevaron a la casa de Tía Orbita que residía cerca de nosotros en una humilde, pero acogedora casucha ubicada en una plantación de guineos, casi debajo de una enorme mata de mangos “Jáquez”, en la propiedad del exportador de guineos, don Humberto Michel, con quien ésta tuvo dos hijos, uno de ellos llamado Plutarco y el otro Lidio.
Allí permanecí durante unos 15 días hasta que me sacaron de madrugada en el carro de Carlos que tenía su propia línea de transporte de pasajeros a Santo Domingo.
Yo no me canso de pensar ahora hasta dónde las fuerzas de seguridad del gobierno sopesan sus planes de eliminarnos. Si eso hubiera sucedido el país hoy tuviera privado de un Premio Nacional de Periodismo, don Osvaldo Santana; del académico José Reyes y de otros jóvenes valiosos que expresaron de dicha manera sus desacuerdos con los afanes continuistas del presidente Balaguer. El periodista Santana, como cosa del destino, se convirtió luego en el biógrafo de Peña Gómez. Estas son de las cosas de los insondables vericuetos de la vida a las que uno no encuentra explicación.
Cuando en mi labor de reportero veía y me acercaba al líder perredeísta para tomar sus declaraciones o en las entrevistas, pensaba expresar nuestro agradecimiento por lo que hizo por nosotros, así como a Gamundi Cordero, el cual tuvo la decisión de trasladarse a Tamayo, a más de 200 kilómetros de Santo Domingo, para cumplir con la misión que le asignó su líder y guía.
Al no haber expresado en vida ese gesto de agradecimiento, hoy me inclino fervoroso ante su infinita memoria. Descanse en paz, eterno líder de masas del pueblo dominicano.
Por : Emiliano Reyes Espejo