A lo largo del tiempo, las organizaciones políticas han experimentado fenómenos que, si se analizan con detenimiento, permiten identificar claramente su nacimiento, crecimiento, ejercicio del poder y eventual salida de este. Como miembros del Partido Revolucionario Moderno (PRM), nos preguntamos a diario cómo garantizar nuestra permanencia en el poder más allá del plazo constitucional que hoy nos faculta para administrar el Estado.
Para ello, es imprescindible buscar mecanismos que fortalezcan las raíces del partido, estrechando vínculos con nuestros dirigentes y, al mismo tiempo, manteniendo viva la vocación de poder. La unidad debe prevalecer a pesar de las diferencias internas que puedan surgir, entendiendo que las divergencias son naturales en organizaciones dinámicas y democráticas.
La combinación de experiencia y juventud fue clave en 2015, cuando se fundó el PRM. En ese entonces, el partido fue dirigido inicialmente por Andrés Bautista y Jesús (Chu) Vásquez, quienes establecieron las bases organizativas. Posteriormente, se dio paso a una nueva generación de liderazgo, encabezada por José Ignacio Paliza, quien ha tenido la responsabilidad de presidir el partido en las dos últimas victorias electorales del PRM, demostrando que la renovación, cuando se gestiona de manera responsable, puede traducirse en éxito político.
Los retos que enfrentamos día tras día son mayores, pero el PRM ha demostrado, con madurez política, una notable capacidad de administrar el poder, exhibiendo inteligencia colectiva entre sus principales dirigentes. Sin embargo, la historia nos enseña que no basta con conquistar el poder: se requiere sabiduría para sostenerlo.
Un ejemplo claro lo encontramos al analizar la llegada del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) al poder, impulsado por un aire de renovación y la figura fresca que representaba su candidato en aquel momento. De igual manera, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) no se quedó atrás: tras la pérdida física de su máximo líder, José Francisco Peña Gómez, presentó a Hipólito Mejía como una oferta renovadora en el año 2000, logrando así alcanzar la presidencia.
No obstante, ya en la mitad de su mandato, el entonces presidente Hipólito Mejía enfrentó enormes desafíos. Una profunda crisis bancaria impactó de manera severa la economía nacional, erosionando la confianza ciudadana. Pero más allá del aspecto económico, uno de los golpes más duros para su continuidad en el poder fue la división interna: el presidente del PRD en ese momento, Hatuey De Camps, se apartó para formar otra organización política. Su lugar fue asumido por Andrés Bautista, pero la fractura interna había debilitado profundamente la estructura partidaria.
Estos acontecimientos nos dejan una enseñanza vital: usar la renovación como herramienta para alcanzar el poder es importante, pero utilizarla con inteligencia para conservarlo es indispensable. Los partidos no deben aferrarse únicamente a sus figuras históricas; deben saber conjugar la experiencia de sus líderes con la energía, la innovación y la autenticidad de las nuevas generaciones.
En ese mismo sentido, mirando hacia el futuro inmediato, el PRM se enfrenta al desafío del proceso interno que deberá desarrollarse de cara a las elecciones de 2026. No solo se tratará de escoger a las próximas autoridades, sino de definir el perfil del liderazgo que representará al partido ante una sociedad en constante evolución. Será fundamental que el proceso de selección sea transparente, inclusivo y con visión de futuro, integrando en posiciones de relevancia a jóvenes capacitados que no solo representen la renovación interna, sino que también logren conectar genuinamente con la ciudadanía. Esta etapa será crucial para consolidar la vocación de poder a largo plazo del PRM.
Hoy, más que nunca, es responsabilidad de los jóvenes atreverse a salir a aportar ideas, y es un deber de la dirigencia actual abrir los espacios necesarios para que esas nuevas voces encuentren eco. No se trata de reemplazar a los experimentados, sino de lograr una mezcla virtuosa entre la sabiduría acumulada y la energía renovadora.
La institucionalidad de los partidos debe fortalecerse, adaptándose a los tiempos modernos, pareciéndose cada vez más a los ciudadanos a quienes representan, sin perder sus valores fundacionales. Solo así, mediante una renovación prudente pero decidida, que permita la participación real de jóvenes líderes en los organismos de dirección y en los espacios de vocería pública, se podrá asegurar la continuidad y la vigencia de nuestros proyectos políticos.
En definitiva, para mantener el poder es necesario fomentar la apertura, renovar con visión, y consolidar una estructura partidaria que combine experiencia, juventud, sabiduría, estrategia, pasión y autenticidad.
POR: WELINTON GRULLÓN