Sin dejar de reconocer el derecho a la libertad de comercio y a la obtención de ganancias que tienen las clínicas y las empresas aseguradoras, en su condición respectiva de prestadoras y administradoras de servicios no pueden perder de vista que están lidiando con uno de los derechos fundamentales más cercanos a la vida de sus clientes: el de la salud, reconocido por el art. 61 de nuestra Constitución y por múltiples tratados internacionales.
En la medida en que los seguros se hacen más necesarios -por la edad o la condición particular del usuario, muchas veces afectado de enfermedades catastróficas- las limitantes contractuales y exclusiones son más latentes. Estas aparecen por arte de magia, como ese huésped que llega de manera sorpresiva, sin invitación, cuyo anfitrión no fue consultado para tomarle parecer, tras el ropaje de una cláusula confusa redactada ambiguamente.
Pareciera como si el acceso a los beneficios de la póliza que se ha pagado puntual e ininterrumpidamente para utilizarla cuando fuera preciso, sea inversamente proporcional a su eficacia porque su implementación se complica, justo cuando se requiere que pudiera ser útil.
En ese sentido, los obstáculos transitan enredados en trámites burocráticos excesivos que van, desde la adquisición de medicamentos, consultas e internamientos -provocando tensiones adicionales a las del diagnóstico y el tratamiento, en sí mismos- hasta molestias por aumento de restricciones que incrementan la ya pesada carga económica y emocional, tanto del paciente como de sus familiares. Dentro de esa cadena de amargura, no puede obviarse la odiosa entrega del completivo, por un monto indeterminado que solo se conoce al final y mantiene en ascuas, al asegurado y a quienes responden por él. No en balde dicen que el seguro, aunque todo el mundo debe tenerlo, lo ideal es no verse precisado a utilizarlo.
Entre el eterno pugilato de las compañías de seguro y los centros hospitalarios -con el personal médico en medio – el gran perdedor resulta ser el paciente (mejor nombre no podía tener por el calvario que sufre); en lo que se determina el culpable y se distribuyen responsabilidades de su desatención , es quien al final sufre los embates y paga los platos rotos, literalmente.
La razón de ser del sistema de salud y el que lo mantiene operando a todo vapor es el asegurado, es quien lo sostiene, lo consume, lo justifica y sobre todo, lo financia. Por tanto, es una pieza esencial del engranaje y de la estructura completa que debería estar colocada, no en la base bordeando el suelo, sino arriba, como el vértice de la pirámide.