Cuando se pretende evadir responsabilidades, se dice que fue un error, como si pudiera pasar inadvertido, no tuviera que encararse y quisiera mantenerse indemne. Se usa como una patente de corso para reducirlo a una simple equivocación, tan insignificante que habría que olvidarlo porque surgió por combustión espontánea. Sin embargo, causa estragos, aunque el arrepentimiento llegue después. Tras cada tropiezo, aun si no fuera intencional o deliberado, hay quien lo provocó o, al menos, quien pudo haberlo evitado porque la prevención es por sí misma una obligación.
Si un puente o un edificio cae por vicios de construcción, la culpa no es solo de los pésimos materiales utilizados o de quien lo haya construido, sino también del que lo contrató, sin haber hecho la debida diligencia para comprobar su capacidad profesional o, peor aun, a sabiendas de que no la tenía. Un hospital que no funciona o un paciente dejado padecer (o hasta morir), no es una sencilla distracción, es un hecho con un causante detrás porque una confusión no hace desaparecer las repercusiones del suceso. El medicamento que por descuido fue mal aplicado no es un simple desliz, es un evento que no debe ni puede quedar impune porque no se administró solo, lo hizo quien estaba supuesto a saber cómo hacerlo.
Tras un nombre colocado incorrectamente en un documento oficial está el que no lo revisó debidamente antes de emitirlo pero que, aun sin proponérselo, ha provocado un viacrucis para su titular; un cálculo de plazo o apreciación inadecuada en una decisión judicial irreflexiva deja a su paso a un justiciable desprotegido, a merced de una ejecución o un recurso tardío.
Una bala perdida que segó la vida del que estaba ajeno a la reyerta no ocurre sin un arma cuyo gatillo fue disparado, por lo que quien la accionó debe afrontar los resultados. Igual, al que la dejó al alcance de un menor que, de resguardarse en lugar seguro, hubiera evitado la tragedia porque debió tomar las mínimas previsiones necesarias. Las probabilidades, si bien remotas, no son por eso menos posibles.
La desatención, la negligencia y la torpeza, aunque aparenten ser inofensivas, el art 1383 del Código Civil las castiga por los daños ocasionados, aun sin haberlos buscado. Es cierto que no pretendieron hacerlo, pero la carga no debe tenerla el que sufrió los resultados.
Un error no exculpa al agente, no puede ser la salida fácil o la excusa ideal para no quedar mal. El desatino no es para justificarlo, debe pagarse de alguna manera porque, se es dueño de lo que se hace, pero también esclavo de sus consecuencias.