Mi escrito de hoy presenta un trabajo realizado por Fernando García Díaz, que aborda el tema del consumo de drogas y sustancias alucinógenas en las culturas de las Américas durante la época precolombina y la prehistoria. Lo copio a continuación:
“Es aparentemente en la América indígena donde se concentra el mayor número de sustancias psicoactivas utilizadas en el mundo, bajo la forma de una diversidad de plantas (e incluso ciertas secreciones animales) que se inhalan, comen, beben o se aplican en enemas. La práctica del consumo de este tipo de drogas alcanza tales niveles de difusión, que ha motivado particulares preguntas antropológicas. Entre ellas, destaca la llamada “interrogante estadística”, que se planteara hace ya algunas décadas el etnobotánico Richard E. Schults, y que Peter T. Furst describe en los siguientes términos “¿Cómo va uno a explicarse la notable anomalía entre el gran número de plantas psicoactivas conocidas por los primeros americanos, que habían descubierto y utilizado de ochenta a cien especies diferentes y el número mucho menor -no más de ocho o diez- que como es sabido fueron empleadas en el Viejo Mundo?”([2]). La principal respuesta a esta inquietud fue entregada, hacia 1970, por La Barre, -erudito en antropología y religión- quien sostuvo que, considerando que la humanidad en el Viejo Mundo ha vivido cientos de miles de años, y no sólo algunos miles como en América, que la flora era al menos tan rica y variada y potencialmente poseedora de la misma cantidad de plantas alucinógenas, la respuesta no podía ser botánica, sino cultural. La tesis de este autor, es que “el interés de los indígenas americanos por las plantas alucinógenas está ligado directamente a la supervivencia en el Nuevo Mundo de un chamanismo esencialmente paleo mesolítico, eurasiático que los antiguos cazadores de grandes animales llevaron consigo del Asia nororiental, y que resultó ser la base religiosa de los indios americanos”.
“El chamanismo, como fenómeno socio cultural encuentra su cuna en Siberia, desarrollándose en Asia Central y septentrional, extendiéndose a Corea y Japón y alcanzando los pueblos fronterizos de Tíbet, China e India, y llegando a Indochina y América([4]). En lo esencial se caracteriza por constituir un marco cultural “…donde ciertas percepciones básicas de la realidad se construyen en base a China e India, y llegando a Indochina y América. En lo esencial se caracteriza por constituir un marco cultural “…donde ciertas percepciones básicas de la realidad se construyen en base a estados modificados de conciencia…”, cuyos conocimientos suelen “encarnarse en algún individuo que actúa el papel de Chamán”. Este personaje, central en las culturas aborígenes americanas ha sido conceptualizado como “…el individuo visionario, inspirado y entrenado en decodificar su imaginería mental que, en nombre de la colectividad a la que sirve y con la ayuda de lo que concibe como sus espíritus aliados, entra en estados de catarsis profunda sin perder la consciencia despierta de lo que está percibiendo”.