Cualquiera persona que haya sentido la curiosidad de indagar sobre el cáñamo, su antiquísima historia como item de gran valor para el hombre, la agricultura, la industria de la construcción, la navegación, la impresión de libros, la recreación y hasta en la honra de sus divinidades, va a encontrarse rápidamente frente a una pregunta aparentemente absurda: ¿Por qué es ilegal el consumo de marijuana si múltiples estudios han confirmado que sus efectos son menos dañinos que los del tabaco para el organismo humano y sus consecuencias sociales son notablemente menos negativas que la ingesta de alcohol?
El autor, no identificado, de “La ilegalización del canabis” mostrando el multifacetismo de las canabáceas en la satisfacción de necesidades humanas, expresa que “precisamente estas bondades de la planta eran las que más incomodaban a las corporaciones que estaban monetizando frenéticamente mercados como el del abastecimiento de papel industrial, el algodón, y los hidrocarburos. Al parecer, en un principio fueron principalmente dos corporaciones las que se volcaron por completo para promover la prohibición de esta planta, Du Pont y la Hearst Company propiedad de William Randolph Hearst, que controlaba una buena parte de la producción de papel. El banquero Andrew Mellon, Tesorero del Presidente Hoover era uno de los principales inversionistas de Du Pont. Para ambas empresas resultaba imprescindible eliminar al cannabis del mercado, pues resultaba un serio competidor por sus fibras naturales y la posibilidad de producción de combustibles.
Mellon también influyó en el ánimo del Presidente Hoover en el nombramiento de su sobrino Harry S. Anslinger en 1930 como el primer Comisionado de la Oficina Federal de Narcóticos, quien de inmediato inició la guerra contra la marijuana, nombre adoptado desde la cultura mexicana para identificar la sustancia odiada, auxiliándose de un ejército de diarios cuya circulación Hearst controlaba.
También señala el autor de “Las Canabáceas”, que “otro actor que desempeñó un papel fundamental fue la consolidada industria del tabaco cuyos grandes productores habían comprobado que el consumo de tabaco entre la población que fumaba cannabis era menor que en aquellos que solo consumían los productos de la industria tabacalera, además de considerar que los fumadores de las canabáceas jamás se someterían a un mercado industrial ya que era relativamente fácil cultivarla caseramente y de autoabastecer su consumo personal sin la necesidad de recurrir a una marca industrial. Por el contrario, la siembra de tabaco era mucho más compleja y requería de una extensión de tierra suficiente para cultivarse y no solo de un par de macetas.
Tomando en cuenta esto, y ante el poco futuro comercial que se percibía en el rubro del cannabis, las grandes tabacaleras no dudaron en apoyar la cruzada contra la marijuana.”
“Finalmente no podemos dejar de mencionar a la siempre oscura industria farmacéutica, conocida como Big Pharma, y que consciente de las propiedades medicinales que la marijuana ofrecía a la población también la percibió como una amenaza contra sus intereses comerciales.”