Con el ascenso a la presidencia de EE. UU. de Donald Trump en el día de hoy, no puede descartarse que la principal economía del mundo intente ejecutar cambios fundamentales en las políticas de apertura comercial que se iniciaron hace tres décadas con los procesos de desgravación arancelaria. Algunos de los economistas que parecen tener el oído del presidente Trump (Stephen Miran y Peter Navarro, entre otros), entienden que EE. UU. puede aprovechar su poder “monopsónico” (único comprador de bienes manufacturados por el resto de los países del mundo), para imponer el “arancel óptimo” (el que permite al monopsonio forzar al exportador extranjero a reducir al máximo el precio en dólares del bien manufacturado), sin que el establecimiento del arancel genere un aumento del precio del bien importado.
No está del todo claro si la definición de monopsonio encaja perfectamente para una economía como la estadounidense que, en 2023, según la Organización Mundial del Comercio (WTO) tuvo una participación de 15.8% en el total de las importaciones mundiales de bienes manufacturados, seguida por el 11.4% (36.0%) de las realizadas por la Unión Europea de países fuera (dentro y fuera) de la Unión, el 8.2% de China, 3.3% de Reino Unido, 2.9% de México, 2.7% de Canadá, 2.6% de Japón, 2.4% de Corea del Sur y 2.1% de India. Aunque EE. UU. es el principal comprador de bienes manufacturados en el mundo, no parecer reunir los méritos para colocarse la chaqueta de monopsonista, más aún cuando el by-pass facilitado por la inversión extranjera directa en países que no compiten por la hegemonía global (los “industrial Chinatown” en México, por ejemplo) tiende a mitigar el daño del arancel a las exportaciones de los países tarifados.
Los asesores del presidente Trump sostienen que si el aumento del arancel de 2% a 20% es acompañado de una apreciación del dólar (depreciación de la moneda del país exportador), el precio del bien importado por EE. UU. no se altera. En otras palabras, el impacto del aumento en el arancel sería neutralizado por la reducción del precio en dólares del producto importado provocada por la depreciación de la moneda del país exportador. Sí, como usted ya lo ha deducido, la carga del aumento del arancel recaería sobre el ingreso, los salarios y la riqueza reales en dólares en el país exportador. Las tres variables se reducirían.
Miran, quien se desempeñará como presidente del Consejo de Asesores Económicos, ha señalado que cuando la administración Trump impuso un arancel efectivo de 17.9% sobre las importaciones de bienes manufacturados de China en 2018, el dólar se apreció con relación al renminbi (RMB) en 13.7%, provocando un aumento de los precios de los bienes manufacturados importados de China de apenas un 4.1%. La apreciación de 13.7% del dólar frente al RMB en el 2018-2019 mencionada por Miran, sin embargo, se distancia bastante de la apreciación anual promedio de 2.2% registrada entre el 2017 y el 2019 por el FMI (International Financial Statistics).
Los análisis realizados por los economistas que asesoran al presidente Trump permitirían prever que la nueva administración podría dar un giro significativo a las políticas de comercio exterior de la principal economía del mundo, no solo para tratar de convertir las aduanas estadounidenses en una fuente importante de ingresos fiscales, sino también, para estimular mayores niveles de colaboración con EE. UU. en el plano geopolítico de las principales naciones democráticas del mundo. En otras palabras, para que todas “play by the rules”, lo que no es sinónimo de “play by the WTO rules”.
Los asesores de Trump parecen asignar una baja probabilidad a la posibilidad de la retaliación tarifaria. Señalan que la nueva administración republicana podría desalentar la retaliación simplemente advirtiendo a los países miembros de la OTAN que la protección vía la sombrilla de seguridad que ofrece EE. UU. no estaría garantizada para los países que establezcan tarifas de represalia a las importaciones provenientes de EE. UU. Indican que la tarifa que impondría la administración Trump tiene que ser percibida como un mecanismo de corrección de la fortaleza excesiva o sobrevaluación del dólar, la cual, según ellos, ha sido estimulada no solo por el hecho de que el dólar opera como la moneda dominante de reserva en el mundo sino también por el apoyo económico y militar dado por EE. UU. a otros países. Esta sobrevaluación o excesiva fortaleza del dólar, según ellos, es la causa fundamental del déficit comercial de EE. UU. y del descalabro de su base industrial.
Para nadie es un secreto que una de las críticas más efectivas realizadas por Trump durante la pasada campaña electoral fue el deterioro de la calidad de vida de los estadounidenses provocado por el alza en el costo de la vida. Es aquí donde percibimos cierta inconsistencia. Por un lado, los economistas del presidente Trump señalan que la sobrevaluación del dólar es la causa fundamental del déficit comercial y de la pérdida de participación de EE. UU. en el total de exportaciones mundiales de bienes manufacturados. Señalan que una tarifa uniforme de 20%, la cual estiman muy cercana a la óptima, contribuiría a reducir el déficit comercial y elevar las recaudaciones fiscales. Agregan que el impacto sobre el precio de los bienes manufacturados importados sería prácticamente nulo, pues los países exportadores tendrían que permitir que sus monedas se deprecien frente al dólar, pues la nueva administración entiende que son ellos quienes deben asumir el costo de la tarifa. La inconsistencia que observamos es que si ese fuese el resultado, el nivel de sobrevaluación del dólar sería ahora mayor. En consecuencia, a los exportadores estadounidenses se les haría más difícil continuar vendiendo sus productos en el mercado mundial. Está clarísimo que a los economistas de Trump les vendría bien releer el Teorema de la Simetría de Lerner, el cual establece que un impuesto (arancel) a la importación es equivalente a un impuesto a la exportación a la misma tasa (A. P. Lerner, “The Symmetry Between Import and Exports Taxes”, Economica, August 1936, pp.306-313).
Existen dos riesgos considerables que tendría que asumir la nueva administración de Trump si opta por abrazar las tarifas arancelarias como la solución a sus problemas de desequilibrios externos y fiscales. El primero es que predecir tasas de apreciación o depreciación de las monedas en muchas ocasiones termina convergiendo a un juego de ruleta rusa. Una tarifa uniforme de 20%, por ejemplo, requeriría de una depreciación con relación al dólar cercana al 18% de las monedas de todos los países que exportan bienes manufacturados a EE. UU., partiendo de que la tarifa efectiva de EE. UU. sobre las importaciones de bienes manufacturados es actualmente 2%.
Comencemos con la Unión Europea, región de origen del 23% de las importaciones estadounidenses de bienes manufacturados realizadas en 2022. En el período de 25 años desde la creación del euro en 1999, solo en el 2015, este registró una depreciación anual promedio frente al dólar de 18% o más (20%). Continuemos con México, país que en 2022 suplió el 14.2% del total de las importaciones de bienes manufacturados realizadas por EE.UU. En el período 2000-2024, depreciaciones anuales promedio de 18% o más del peso mexicano frente al dólar ocurrieron únicamente durante la Gran Recesión provocada por la crisis financiera global inducida por el colapso de Lehman Brothers (2009) y en 2016. Sigamos con Canadá, suplidor del 7.4% de todas las importaciones de bienes manufacturados recibidas por EE. UU. en 2022. En el período 1960-2024 no existe un solo año en el cual el dólar canadiense haya exhibido una depreciación anual de 18% o más con relación al dólar estadounidense. En el período de 65 años comprendido entre 1960 y 2024, solo en dos años, 2013 y 2021, el yen japonés sufrió una depreciación anual promedio de 18% o más con relación al dólar. Japón suplió a EE. UU. en 2022 el 5.8% de sus importaciones de manufacturas. Durante el período 1960-2024 el RMB chino ha exhibido depreciaciones anuales promedio de 18% o más solo en 1984 (26.7%), 1990 (26.8%) y 1994 (49.6%). China, con una participación de 21.5% en 2022, fue la principal fuente de origen de las importaciones de bienes manufacturados recibidas por EE. UU. Visto lo anterior, no puede descartarse que el establecimiento de un arancel uniforme de 20% sobre todas las importaciones de bienes manufacturados podría generar un aumento significativo en el precio de los bienes importados por EE. UU., un resultado que impactaría negativamente la favorabilidad del presidente Trump. Si a China, en lugar de 20%, EE. UU. le impone un arancel de 60%, no descartemos que en vez de devaluar brutalmente el RMB, el gobierno chino decida incentivar considerablemente el consumo y la inversión doméstica para neutralizar la pérdida de crecimiento derivada de sus menores exportaciones de bienes manufacturados hacia EE. UU. Recordemos que el banco central chino tiene US$3.2 trillones de reservas. En ese caso, los consumidores estadounidenses tendrían que hacer frente a mayores precios de los bienes manufacturados importados de China.
El segundo riesgo es que se desate una guerra comercial caracterizada por aranceles retaliatorios sobre las importaciones procedentes de EE. UU. Lo sucedido en el 2018-2019 con la respuesta China a los aranceles de Trump, mantenidos luego por la administración Biden, eleva la probabilidad de que las represalias arancelarias sean, en lo adelante, el pan nuestro de cada día si EE.UU. llega a creerse que el arancel es el Santo Grial que curará sus dolencias económicas. El comercio mundial se reduciría y con él, las posibilidades de crecimiento en todo el mundo. Con los elevados niveles de deuda del Gobierno General que exhiben EE. UU. (123% del PIB) y China (61% del PIB) y los déficits fiscales de 7.8% y 7.4% del PIB, respectivamente, debería ponderarse con más cuidado el uso de instrumentos de política económica que casi siempre terminan provocando una desaceleración del crecimiento económico.