Decía el recordado Prof. Artagnan, que buen abogado es el que sabe incidentar, y mejor el que no se deja incidentar, aunque excelente sería el que evite la demanda. En un ambiente caldeado de profunda conflictividad se considera erróneamente que la litis es la única opción, cuando debería ser la última, si otras alternativas fallan. Esas contiendas judiciales son las que provocan que las salas de audiencia estén abarrotadas y que las cortes no puedan dar abasto, como están, entre reclamaciones que pudieron resolverse amigablemente.

Los estrados se han convertido en el ring de boxeo entre abogados cuyas malquerencias son frecuentemente personales y se extrapolan a las de los clientes que apuestan a su púgil ganador; a ese gallo de pelea que desplumará a su contrincante para obtener una satisfacción alejada de la pretensión propia del revanchismo que, al final, los reduce y empobrece alejando la solución esperada y quebrando las relaciones irreparablemente.
Las nuevas jurisdicciones, creadas para descongestionar los ya sobrecargados despachos judiciales, lo que han provocado son espacios inéditos para echar el pleito en otros escenarios y así saciar esa sed, no de justicia, sino de venganza. Una instancia judicial marca un camino sin retorno de conflictos que se extienden en el tiempo y dejan a las partes agotadas, económicamente desangradas y profundamente defraudadas porque el sistema ha sido creado para que no haya resultados rápidos y efectivos entre envíos, requerimientos y recursos. Con una litis, nadie gana.

En esa cultura contenciosa entre abogados, el poder se demuestra ahogando a la contraparte con múltiples ejecuciones para desesperarla y que se arrastre pidiendo piedad porque lo que se persigue es la humillación, antes que el resarcimiento, bajo el entendido de que conciliar es sinónimo de claudicar y que es una debilidad inadmisible.

Los procesos judiciales solo dejan pérdidas en un trayecto extenso que debilita al cliente y lo sustrae del tiempo que pudiera dedicar en actividades productivas de mejor provecho. Una sentencia solo resuelve un tramo de un largo camino de trámites legales cuya culminación nadie puede predecir. Incluso, en el ínterin se afecta la salud de los litigantes y sobreviene la tan temida insolvencia que convierte esa decisión judicial en inoperante, cuya utilidad se reduce a colgarla como un trofeo sin vencedores. Entonces, el buen abogado contemporáneo, no es el que inventa mil argucias para desesperar al adversario y quitarle la paz, si no, el que procura el mejor resultado en menos tiempo; no es el litigante que deja al cliente agonizante en la trinchera sin conciliar el sueño, sino el que negocia un buen acuerdo que le permita dormir tranquilo.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas