En mis años universitarios escuchaba hablar del “establishment”, aquel misterioso “aparato” que controlaba todo en los Estados Unidos: que si el “establishment” era el responsable de la aplicación de ciertas políticas económicas, del bloqueo a Cuba, de la guerra de Vietnam…en fin, de todo lo bueno y lo malo que ocurría en ese país y parte del mundo.
Con el pasar de los años -y la evolución de mi comprensión de la sociedad norteamericana- entendí que el llamado “establishment” representaba aquellas instituciones, grupos y personas que en los EE.UU. detentan y ejercen el poder a través de la creación y/o imposición de consensos en las diferentes áreas que definen el devenir de esa nación.
Entre los miembros más destacados ese “establishment” cabe mencionar algunas instituciones del gobierno como el Departamento de Estado, la Secretaría de Defensa (el Pentágono), la Secretaría del Tesoro, la Agencia Central de Inteligencia (CIA); las grandes asociaciones de empresarios, como “American Chamber of Commerce”; familias políticas y/o empresariales o empresarios individuales, como los Rockefeller y los Kennedy; las federaciones de trabajadores, American Federation of Labour and Congress of Industrial Organizations (AFL-CIO), National Education Association (NEA); los medios de comunicación, el New York Times, Washington Post, CNN, Fox; los centros de “pensamiento”, Council of Foreign Relations (CFR), Brookings; y las universidades como Harvard, Yale; entre otros.
En resumen, el llamado “establishment” lo conforman esas élites económicas, intelectuales que -junto a representantes de los trabajadores organizados- construyen el “modelo” en que se basa el funcionamiento de la sociedad estadounidense y garantizan su permanencia a través del tiempo.
A partir de la crisis de 1929 -y la posterior segunda guerra mundial- se establecieron dos grandes consensos en los EE.UU. con la participación activa del llamado “establishment”: Uno de ellos en materia económica y el otro en política exterior. Estos consensos habrían de perdurar hasta hace poco y aseguraron la primacía de ese país como superpotencia económica y militar.
En materia económica, el consenso alcanzado estuvo definido por la intervención del Estado en economía. Este consenso se tradujo en la implementación de programas de creación de empleos y de programas sociales como respuesta a la crisis, el desarrollo de obras de infraestructura; así como en la asunción de un rol activo del estado en materia regulatoria. En este último ámbito, se promovieron -entre otras- la promulgación de leyes de protección laboral y la implementación de políticas de protección social a través del establecimiento del seguro social, seguro de desempleo y del salario mínimo.
Los sucesivos gobiernos, demócratas (Truman, Kennedy, Johnson y Carter) y republicanos (Eisenhower, Nixon y Ford), dirigieron al país bajo el marco de este consenso en materia económica; hasta que en 1980, Ronald Reagan, impulsó las reformas de libre mercado.
Esas reformas de Reagan enfatizaban -entre otras- la reducción del rol del Estado en la economía, disminución de impuestos, recorte de programas sociales y la implementación de políticas desregulatorias. Estas políticas marcaron un giro importante respecto al consenso generado bajo el gobierno de Franklin Delano Roosevelt a partir de la crisis de 1929. El llamado “establishment” se alineó detrás de las políticas “Reaganianas” que establecía un nuevo consenso económico que enfatizaba la primacía del mercado y que habría de durar hasta la crisis de las hipotecas “subprime” del año 2008.
El consenso en política exterior que se implanta a partir de la segunda guerra mundial -y que habría de perdurar también hasta la llegada de Ronald Reagan- se basó en tres grandes ejes: Primero, el multilateralismo y la creación de organismos internacionales como las Naciones Unidas (ONU), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Segundo, una política de apoyo al libre comercio -a través del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) -cuyo objetivo principal fue promover el comercio internacional reduciendo barreras arancelarias y otros obstáculos comerciales. Y tercero, una política de contención del comunismo basada en una posición firme contra la expansión de la Unión Soviética y de esta ideología.
Cuando Ronald Reagan asume la presidencia en 1981-más allá de la política de contención del comunismo- adopta una política exterior más agresiva frente a este, la cual incluyó el apoyo directo a grupos a civiles y anticomunistas armados que existían en países que funcionaban bajo la órbita soviética (como la “contra” nicaragüense); y el rearme de los EE.UU. Sin embargo, finalizado el gobierno de Reagan, los EE.UU. retornaron a su política de contención sobre la base del equilibrio nuclear con la Unión Soviética, el cual primaba desde el final de la segunda guerra mundial.
Posteriormente, se produce la caída del muro de Berlín y el desmantelamiento de la Unión Soviética, un hecho histórico que se traduce en el establecimiento de un mundo unipolar con los EEUU como como líder indiscutible. El “hubris” lleva a los EE.UU. a cometer excesos como la llamada “guerra contra el terror” – en respuesta al atentado contra las torres gemelas en septiembre de 2001- y a enfrentar dos conflictos simultáneos, la segunda guerra de Iraq y la de Afganistán, de los cuales no saldrían bien parados.
La expansión de la globalización en los 80, la irrupción de China como superpotencia económica y militar -y su copamiento de los mercados de los EE.UU. con la consecuente destrucción de empleos de calidad-, el descrédito por los excesos cometidos en la llamada “guerra contra el terrorismo”, las bajas estadounidenses ocasionadas por las guerras “eternas” de Iraq y Afganistán, y la crisis “sub-prime” del 2008; destruye el consenso que en política exterior que el “establishment” había logrado establecer (o imponer) en los EE.UU. hasta entonces.
Si a la desaparición de los consensos económicos y de política exterior se añaden el debilitamiento del “establishment”, la irrupción de las redes sociales que han desvalorizado “la verdad”; los elevados niveles de desigualdad y la casi desaparición de la “meritocracia” y de la movilidad social en los EE.UU.; la proyectada conversión de los EE.UU. en un país cuyas minorías se convertirán en la mayoría de la población en un plazo no mayor a los diez años, la inflación y la carestía derivadas del COVID; el colapso de la frontera sur con el ingreso de millones de inmigrantes indocumentado; más la guerra de Ucrania que genera una gran incertidumbre entre los ciudadanos estadounidenses; los EE.UU. lucen hoy como el general de Gabriel García Márquez: en un laberinto del cual no sabe cómo salir.
Los EE.UU. -a pesar de contar con una economía fuerte que la revista “The Economist” recientemente califico como la “envidia del mundo”- es hoy una sociedad cuya población está dividida en casi dos mitades enfrentadas, que además de vivir en regiones geográficas distintas (los progresistas en las costas y los conservadores en el centro), cada una percibe y vive realidades diferentes.
Es así como los EE.UU. atraviesa un estado de malestar el cual se manifiesta, entre otros acontecimientos, en la elección de candidatos y gobernantes que no tienen condiciones para dirigir el país; la experimentación con políticas económicas que no han dado resultados en el pasado (como los subsidios directos a ciertas ramas de la producción y el proteccionismo) y el inminente retorno a un aislacionismo en materia de política exterior que pone en peligro la llamada “pax americana”.
Es una situación de anomia social en la cual “el viejo mundo se muere. El nuevo no acaba de nacer y en ese claroscuro surgen los monstruos”, como bien describió el pensador Italiano Antonio Gramsci.
Sin embargo en momentos como estos -que la sociedad norteamericana ha vivido en épocas anteriores- solo nos queda invocar el espíritu de Abraham Lincoln que, estando el país al borde de la Guerra Civil de 1860, afirmó lo siguiente:
“…. Aunque la pasión haya tensionado nuestros lazos de afecto, no debe romperlos. Los acordes místicos de la memoria, que se extienden de cada campo de batalla y tumba patriota hasta cada corazón viviente y piedra de fuego en toda esta amplia tierra, aún vibrarán al ser tocados de nuevo por los mejores ángeles de nuestra naturaleza.”
Y son estos “mejores ángeles de su naturaleza” que llevarán a los ciudadanos estadounidenses a construir nuevos consensos que aseguren que este país siga ocupando el sitial que se ha ganado en el concierto de naciones democráticas.