El “empujón brutal”, el “golpe dado” al país con el asesinato de la joven madre Leslie Rosado, que sume en doloroso trauma a su familia y a la de su homicida, debe devolvernos al convencimiento de la necesidad de revisar nuestra educación en valores.
El desaprendizaje de los viejos patrones culturales que nos lleva a incumplir las normas ciudadanas de convivencia civilizada, y empuja a actuar con violencia ante cualquier quítame esta paja, requiere resetear los métodos de formación de los individuos para empezar su formación a la más temprana edad.
El irrespeto a las leyes, la inaceptable peste de los feminicidios o el salvajismo casi suicida con que conducimos en el tránsito vehicular, son ejemplos que requieren que vayamos por más para cambiar la mentalidad en nuestras vidas de relación social, y familiar.
Mejoras significativas provendrán del plan de reforma y modernización de la PN que desarrolla el presidente Luis Abinader, de la renovada búsqueda de educación de calidad que impulsa el ministro Roberto Fulcar, de los programas que desarrolla el joven director policial, Edward Sánchez González, o los esfuerzos que hacen las iglesias y la sociedad civil para que seamos ciudadanos de comportamiento más civilizado.
Todas esas previsiones y urgencias nos ayudarán a dar pasos de avance. Pero para lograr los cambios que requerimos tenemos que trabajar más en las honduras de nuestras mentalidades, y es ahí donde se estima que necesitamos partir de las importancias de un cambio de comportamiento proveniente de una cultura de más de 150 años de herencia autoritaria.
Por eso, sin descuidar nuestras urgencias, es fundamental y urgente que empecemos a trabajar en importancias como cambiar las conductas desde la edad más temprana, para que las formaciones se asienten antes de que se internalicen profundo las deformaciones con que bombardea el entorno dominicano desde la niñez.
Para contribuir a desaprender inconductas y prender nuevos valores de tolerancia y convivencia social se requiere empezar desde los curricula de inicial y básica de la educación escolar, e integrar padres y tutores a un esfuerzo concebido en los criterios científicos de que el ser humano empieza a educarse y ser educado desde su existencia en el vientre materno.
El machismo, la violencia y el autoritarismo “del trujillito que llevamos dentro”, como sostienen algunos especialistas, se lograrán de un reseteo de la formación del criollo.
El shock que representa la irrupción de las tecnologías de la información y la comunicación, y la velocidad y horizontalidad de desplazamiento del conocimiento que implican, pueden ayudarnos a dar ese importante salto.