La República Dominicana, vista en los medios y las redes sociales en la discusión del “Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular”, fue un vivo laboratorio sobre el ejercicio de la opinión pública y la gobernabilidad. De manera muy manifiesta se conformó un rechazo militante y rotundo a la posibilidad de que el Estado suscribiera ese documento. El gobierno no tenía más posibilidad que acoger ese grito, porque de otra manera podía verse acorralado por un sentimiento pasionario. Un alto porcentaje de dominicanos se siente amenazado por la incontrolable inmigración irregular de haitianos, con potencial de constituirse en una minoría a considerar en múltiples dimensiones.
La forma en que fue conocido el proyecto de las Naciones Unidas, más los hechos recientes en la frontera y en Haití, sirvieron de telón de fondo inmediato para que cualquier consideración fuese aplaudida, sin que se corresponda con el verdadero sentido de la propuesta.
El Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular no fue diseñado para la República Dominicana que enfrenta una migración masiva y desordenada. Quizás, el marco referencial de los autores de la pieza sea el primer mundo.
El Pacto pretende establecer un marco global de cooperación no vinculante jurídicamente sobre migración. Y declara expresamente el respeto a la soberanía de los Estados y sus obligaciones de acuerdo con el derecho internacional. Como debe ser.
El mismo documento reconoce los efectos de las migraciones, diferentes en cada país. Los propósitos del Pacto no son en sí malos, y así lo entenderían los dominicanos que optaron por migrar.
La República Dominicana asume su responsabilidad en la protección de los derechos de los inmigrantes, los acoge, les brinda un trato humanitario y procede de acuerdo con la ley. Y como dice el Pacto, tiene “el derecho soberano a determinar su propia política migratoria y la prerrogativa de regular la migración dentro de su jurisdicción, de conformidad con el derecho internacional”.
En ese espíritu, hasta se podía concurrir al encuentro de Marruecos, escuchar y oír. Y tomar notas. Pero por ahora, la República no está en condiciones de acoger plenamente esa declaración en toda su dimensión. Simplemente, resulta imposible cumplirla. Quizás sea una tarea de mañana…