Una y otra vez vemos situaciones difíciles de comprender y aceptar, que se tornan tan repetitivas, pero que sin embargo nos resistimos a verlas sin que nos llamen la atención, hasta irritar.
Son tantos los casos, las denuncias y reclamos que pasan como parte del montón. Podríamos cerrar los ojos y dejar pasar, pero entonces nada tendría sentido.
Ayer veíamos un reporte sobre un subcentro de salud del sector Buenos Aires de Santiago, con un grado de deterioro mayúsculo, al extremo de que el personal decidió realizar la consulta en un área exterior. Construido hace 40 años, no recibe mantenimiento y presenta grietas, deterioro del pañete. Si llueve, filtra y no tiene servicio de electricidad.
Si lo comparamos con el colapso del servicio eléctrico del hospital Marcelino Vélez, que provocó el traslado de los pacientes internos a otros centros de salud, entonces habría que concluir que lo del subcentro de Santiago es casi nada. No hay que ser un experto para darse cuenta que estamos ante un problema de supervisión y seguimiento. En el hospital de Herrera, si los daños ocurrieron durante la emergencia de María, no había que esperar que el sistema eléctrico se fuese a pique. Lo de Santiago es un viejo problema de falta de atención mínima.
Al hablar de estos “pequeños problemas” no debemos olvidar que el gobierno intervino no menos de 56 hospitales, hace cinco años, por deterioro, y todavía la mayoría no han sido restaurados.
Si hacemos una revisión de las instalaciones de salud en las comunidades encontraremos situaciones parecidas.
Hay casos que probablemente no puedan ser atendidos con la prontitud que ameritan, por falta de disponibilidad económica, pero tratándose de centros de servicios de salud, eso nunca tiene justificación.
Sabemos que estos problemas se repiten a lo largo de la geografía nacional. Pero es inevitable que sorprendan e irriten. No lo admitimos. Se trata de servicios para la población que merece condiciones mínimamente decorosas.