La solidaridad es uno de los valores fundamentales y universales que debería ser la base de las relaciones entre los pueblos, y sobre la misma forjar valores en todo el mundo que contribuyan a promover la paz, los derechos humanos y el desarrollo económico y social.
Precisamente inspirada en ese motivo fue que la Asamblea General de la ONU proclamó el 20 de diciembre de cada año Día Internacional de la Solidaridad Humana, y lo hizo mediante resolución 60/209 de fecha 22 de diciembre de 2005.
Pero además, con el objetivo de erradicar la pobreza y promover el desarrollo humano y social en los países menos industrializados, en particular entre los segmentos más pobres de sus poblaciones, la Asamblea General creó también un Fondo Mundial de Solidaridad.
Como un valor que se hace notar es una manifestación común en la convivencia cotidiana de nuestras sociedades, y en el caso de los dominicanos la solidaridad suele llegar hasta despojarse de lo suyo para dárselo al hermano que lo necesite.
Hay una parte sana de nuestra sociedad, que afortunadamente es una inmensa mayoría, en la que abunda el que hace el bien sin mirar a quién; el que resuelve sin pasar factura; el que apoya las causas nobles sin buscar “cámaras” ni protagonismo.
De ahí que el trabajo no solo de los organismos transnacionales como la ONU es importante en este sentido, sino también el de miles de organismos y de entidades que aportan su granito de arena en favor de causas nobles, para ayudar a los discapacitados, para llevar educación a los rincones más apartados, para sensibilizar sobre las necesidades perentorias que tienen las poblaciones y sectores vulnerables y para intervenir donde quiera que haya una tragedia, ya sea provocada por humanos o por la naturaleza.
Más que como una simple efeméride, esta jornada debe ser vista como un día para celebrar la unidad de los pueblos y de las culturas en la diversidad, para recordarles a los gobiernos que deben respetar sus compromisos con los acuerdos internacionales, para actuar y generar nuevas iniciativas para erradicar definitivamente la pobreza.
La verdadera solidaridad es la que se vive y se da a conocer con las pequeñas acciones cotidianas, que cuando se suman constituyen en conjunto la búsqueda general de un mundo más humano y digno de ser vivido.