Un ángulo de la pesarosa realidad que vive el pueblo haitiano que no gana mucha divulgación, es la de los niños y niñas, los que junto a las mujeres han pasado de víctimas de bandas criminales, a convertirse cada vez más en objetivos.

Más de 1,2 millones de niños viven bajo la amenaza constante de la violencia armada, y unos 500,000 han sido desplazados por la violencia de las bandas armadas.

Muchos son reclutados por la fuerza, o manipulados y empujados por la pobreza en que viven, y existen denuncias creíbles que hasta la mitad de los miembros de los grupos armados son niños, niñas y adolescentes.

En el fin de semana se conoció una denuncia alarmante de Unicef (Fondo de Naciones Unidas para la Infancia) que recrudece todo lo malo en torno a los niños del vecino país, donde se registró un aumento el año pasado del 1,000% de violencia sexual contra niños (se multiplicó por 10), y tres millones de ellos necesitarán ayuda humanitaria urgente este año.

“Los servicios esenciales se han colapsado. Los hospitales están desbordados. Más de la mitad de las instalaciones sanitarias de Haití carecen del equipo y medicamentos necesarios para tratar a los niños y niñas en situaciones de emergencia”, se lamenta el portavoz de Unicef, James Elder.

El aumento de la violencia registrado entre 2023 y 2024 se produce mientras los grupos armados someten a horrores inimaginables a los niños, algo que tiene escasa cobertura nacional e internacional, que reduce todo a meras estadísticas. “Y así, si los números han perdido significado, quizá cuenten los niños que viven este horror”, dice el portavoz de Unicef.

El mundo mira con indiferencia a esta nación con un Estado ausente, cuyas élites solo cuidan sus propios privilegios, indolentes ante un pueblo abandonado a su suerte por la comunidad internacional, momento que desde los Estado Unidos de Norteamérica arrecian las repatriaciones de inmigrantes indocumentados.

La coyuntura corre para peor en Haití, porque encima del descalabro actual penden los anuncios del gobierno de Estados Unidos de recortar la financiación a programas que llevan ayuda humanitaria, decisión lapidaria para una población que en lo fundamental depende de la asistencia exterior.

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