Ya estamos en Primavera, que se precipitó temprano esta vez, horas antes del tradicional 21 de marzo. Es la estación más hermosa de la Tierra. Es la transición por excelencia, a veces del inclemente invierno a un período donde parece comenzar la vida de nuevo. La tierra se rejuvenece. Los árboles y plantas que durante el invierno languidecen cobran una vitalidad extraordinaria. Todo florece, y aunque los frutales tienen sus períodos específicos, una buena gama se combina para anunciar el cambio.
Es una etapa que muestra la fuerza de la madre naturaleza en su mejor esplendor. Debía inspirar ternura, estímulos para prodigar cariño, y con ellos, paz. Pero nada nos indica que esa buena venturanza que anuncia la tierra nos acompañará.
¿Cómo disfrutar la belleza sin que la desesperanza no se adueñe de los buenos dominicanos a causa de la violencia que lo envuelve todo y no deja mirar apaciblemente alrededor para descubrir cómo brotan las flores?
La muerte de una mujer trabajadora, cristiana militante, cuando multiplicaba esfuerzos productivos transportando niños hacia la escuela, a consecuencia de los resortes absurdos de la violencia indiscriminada, desconsuela profundamente. Hiere y lastima. Hace ver la fragilidad de la vida en una ciudad donde sus pobladores están desprotegidos.
Esta sociedad condenada a la zozobra no deja espacio para ver más que monstruos. En ese afán de estar alertas frente al crimen caen también los inocentes, en cualquier esquina o en cualquier cruce de camino.
El miedo se vuelve regla. Las calles inseguras no permiten descubrir que el tiempo cambia y anuncia novedades. Como si todo se perdiera. La vida es gris. Es la sensación inevitable de quienes conocieron a Delcy Miguelina Yapor Concepción, una dama de paz. El impacto de su muerte llega más lejos, y como sombra, se expande por toda la República cada vez más insegura.
¿Quién nos devuelve la paz y el sentido hermoso de la vida?